domingo, 23 de diciembre de 2007

JULIÁN MARÍAS SOBRE EL ABORTO.

LA CUESTIÓN DEL ABORTO.

JULIÁN MARÍAS
LA espinosa cuestión del aborto voluntario se puede plantear de maneras muy diversas. Entre los que consideren la inconveniencia o ilicitud del aborto, el planteamiento más frecuente es el religioso. Pero se suele responder que no se puede imponer a una sociedad entera una moral «particular». Hay otro planteamiento que pretende tener validez universal, y es el científico. Las razones biológicas, concretamente genéticas, se consideran demostrables, concluyentes para cualquiera. Pero sus pruebas no son accesibles a la inmensa mayoría de los hombres y mujeres, que las admiten «por fe»; se entiende, por fe en la ciencia.
Creo que hace falta un planteamiento elemental, accesible a cualquiera, independiente de conocimientos científicos o teológicos, que pocos poseen, de una cuestión tan importante, que afecta a millones de personas y a la posibilidad de vida de millones de niños que nacerán o dejarán de nacer.
Esta visión ha de fundarse en la distinción entre «cosa» y «persona», tal como aparece en el uso de la lengua. Todo el mundo distingue, sin la menor posibilidad de confusión, entre «qué» y «quién», «algo» y «alguien», «nada» y «nadie». Si se oye un gran ruido extraño, me alarmaré y preguntaré: «qué pasa?» o ¿qué es eso?». Pero si oigo unos nudillos que llaman a la puerta, nunca preguntarés «¿qué es», sino «¿quién es?».
Se preguntará qué tiene esto que ver con el aborto. Lo que aquí me interesa es ver en qué consiste, cuál es su realidad. El nacimiento de un niño es una radical «innovación de la realidad»: la aparición de una realidad «nueva». Se dirá que se deriva o viene de sus padres. Sí, de sus padres, de sus abuelos y de todos sus antepasados; y también del oxígeno, el nitrógeno, el hidrógeno, el carbono, el calcio, el fósforo y todos los demás elementos que intervienen en la composición de su organismo. El cuerpo, lo psíquico, hasta el carácter, viene de ahí y no es rigurosamente nuevo.
Diremos que «lo que» el hijo es se deriva de todo eso que he enumerado, es «reductible» a ello. Es una «cosa», ciertamente animada y no inerte, en muchos sentidos «única», pero al fin una cosa. Su destrucción es irreparable, como cuando se rompe una pieza que es ejemplar único. Pero todavía no es esto lo importante.
«Lo que» es el hijo puede reducirse a sus padres y al mundo; pero «el hijo» no es «lo que» es. Es «alguien». No un «qué», sino un «quién», a quien se dice «tú», que dirá en su momento «yo». Y es «irreductible a todo y a todos», desde los elementos químicos hasta sus padres, y a Dios mismo, si pensamos en él. Al decir «yo» se enfrenta con todo el universo. Es un «tercero» absolutamente nuevo, que se añade al padre y a la madre.
Cuando se dice que el feto es «parte» del cuerpo de la madre se dice una insigne falsedad porque no es parte: está «alojado» en ella, implantado en ella (en ella y no meramente en su cuerpo). Una mujer dirá: «estoy embarazada», nunca «mi cuerpo está embarazado». Es un asunto personal por parte de la madre. Una mujer dice: «voy a a tener un niño»; no dice «tengo un tumor».
El niño no nacido aún es una realidad «viniente», que llegará si no lo paramos, si no lo matamos en el camino. Y si se dice que el feto no es un quién porque no tiene una vida personal, habría que decir lo mismo del niño ya nacido durante muchos meses (y del hombre durante el sueño profundo, la anestesia, la arteroesclerosis avanzada, la extrema senilidad, el coma).
A veces se usa una expresión de refinada hipocresía para denominar el aborto provocado: se dice que es la «interrupción del embarazo». Los partidarios de la pena de muerte tienen resueltas sus dificultades. La horca o el garrote pueden llamarse «interrupción de la respiración», y con un par de minutos basta. Cuando se provoca el aborto o se ahorca, se mata a alguien. Y es una hipocresía más considerar que hay diferencia según en qué lugar del camino se encuentre el niño que viene, a qué distancia de semanas o meses del nacimiento va a ser sorprendido por la muerte.
Con frecuencia se afirma la licitud del aborto cuando se juzga que probablemente el que va a nacer (el que iba a nacer) sería anormal física y psíquicamente. Pero esto implica que el que es anormal «no debe vivir», ya que esa condición no es probable, sino segura. Y habría que extender la misma norma al que llega a ser anormal por accidente, enfermedad o vejez. Y si se tiene esa convicción, hay que mantenerla con todas sus consecuencias; otra cosa es actuar como Hamlet en el drama de Shakespeare, que hiere a Polonio con su espada cuando está oculto detrás de la cortina. Hay quienes no se atreven a herir al niño más que cuando está oculto -se pensaría que protegido- en el seno materno.
Y es curioso cómo se prescinde enteramente del padre. Se atribuye la decisión exclusiva a la madre (más adecuado sería hablar de la «hembra embarazada»), sin que el padre tenga nada que decir sobre si se debe matar o no a su hijo. Esto, por supuesto, no se dice, se pasa por alto. Se habla de la «mujer objeto» y ahora se piensa en el «niño tumor», que se puede extirpar como un crecimiento enojoso. Se trata de destruir el carácter personal de lo humano. Por ello se habla del derecho a disponer del propio cuerpo. Pero, aparte de que el niño no es parte del cuerpo de su madre, sino «alguien corporal implantado en la realidad corporal de su madre», ese supuesto derecho no existe. A nadie se le permite la mutilación; los demás, y a última hora el poder público, lo impiden. Y si me quiero tirar desde una ventana, acuden la policía y los bomberos y por la fuerza me lo impiden.
El núcleo de la cuestión es la negación del carácter personal del hombre. Por eso se olvida la paternidad y se reduce la maternidad a soportar un crecimiento intruso, que se puede eliminar. Se descarta todo uso del «quién», de los pronombres tú y yo. Tan pronto como aparecen, toda la construcción elevada para justificar el aborto se desploma como una monstruosidad.¿No se tratará de esto precisamente? ¿No estará en curso un proceso de «despersonalización», es decir, de «deshominización» del hombre y de la mujer, las dos formas irreductibles, mutuamente necesarias, en que se realiza la vida humana? Si las relaciones de maternidad y paternidad quedan abolidas, si la relación entre los padres queda reducida a una mera función biológica sin perduración más allá del acto de generación, sin ninguna significación personal entre las tres personas implicadas, ¿qué queda de humano en todo ello? Y si esto se impone y generaliza, si a finales del siglo XX la Humanidad vive de acuerdo con esos principios, ¿no habrá comprometido, quién sabe hasta cuándo, esa misma condición humana? Por esto me parece que la aceptación social del aborto es, sin excepción, lo más grave que ha acontecido en este siglo que se va acercando a su final.
Vuelto ha publicar el viernes 21-12-07. En ABC, por JULIÁN MARÍAS.

MIGUEL DELIBES SOBRE EL ABORTO.

Aborto libre y progresismo.

POR MIGUEL DELIBES

En estos días en que tan frecuentes son las manifestaciones en favor del aborto libre, me ha llamado la atención un grito que, como una exigencia natural, coreaban las manifestantes: «Nosotras parimos, nosotras decidimos». En principio, la reclamación parece incontestable y así lo sería si lo parido fuese algo inanimado, algo que el día de mañana no pudiese, a su vez, objetar dicha exigencia, esto es, parte interesada, hoy muda, de tan importante decisión. La defensa de la vida suele basarse en todas partes en razones éticas, generalmente de moral religiosa, y lo que se discute en principio es si el feto es o no es un ser portador de derechos y deberes desde el instante de la concepción. Yo creo que esto puede llevarnos a argumentaciones bizantinas a favor y en contra, pero una cosa está clara: el óvulo fecundado es algo vivo, un proyecto de ser, con un código genético propio que con toda probabilidad llegará a serlo del todo si los que ya disponemos de razón no truncamos artificialmente el proceso de viabilidad. De aquí se deduce que el aborto no es matar (parece muy fuerte eso de calificar al abortista de asesino), sino interrumpir vida; no es lo mismo suprimir a una persona hecha y derecha que impedir que un embrión consume su desarrollo por las razones que sea. Lo importante, en este dilema, es que el feto aún carece de voz, pero, como proyecto de persona que es, parece natural que alguien tome su defensa, puesto que es la parte débil del litigio.
La socióloga americana Priscilla Conn, en un interesante ensayo, considera el aborto como un conflicto entre dos valores: santidad y libertad, pero tal vez no sea éste el punto de partida adecuado para plantear el problema. El término santidad parece incluir un componente religioso en la cuestión, pero desde el momento en que no se legisla únicamente para creyentes, convendría buscar otros argumentos ajenos a la noción de pecado. En lo concerniente a la libertad habrá que preguntarse en qué momento hay que reconocer al feto tal derecho y resolver entonces en nombre de qué libertad se le puede negar a un embrión la libertad de nacer. Las partidarias del aborto sin limitaciones piden en todo el mundo libertad para su cuerpo. Eso está muy bien y es de razón siempre que en su uso no haya perjuicio de tercero. Esa misma libertad es la que podría exigir el embrión si dispusiera de voz, aunque en un plano más modesto: la libertad de tener un cuerpo para poder disponer mañana de él con la misma libertad que hoy reclaman sus presuntas y reacias madres. Seguramente el derecho a tener un cuerpo debería ser el que encabezara el más elemental código de derechos humanos, en el que también se incluiría el derecho a disponer de él, pero, naturalmente, subordinándole al otro.Y el caso es que el abortismo ha venido a incluirse entre los postulados de la moderna «progresía». En nuestro tiempo es casi inconcebible un progresista antiabortista. Para estos, todo aquel que se opone al aborto libre es un retrógrado, posición que, como suele decirse, deja a mucha gente, socialmente avanzada, con el culo al aire. Antaño, el progresismo respondía a un esquema muy simple: apoyar al débil, pacifismo y no violencia. Años después, el progresista añadió a este credo la defensa de la Naturaleza. Para el progresista, el débil era el obrero frente al patrono, el niño frente al adulto, el negro frente al blanco. Había que tomar partido por ellos. Para el progresista eran recusables la guerra, la energía nuclear, la pena de muerte, cualquier forma de violencia. En consecuencia, había que oponerse a la carrera de armamentos, a la bomba atómica y al patíbulo. El ideario progresista estaba claro y resultaba bastante sugestivo seguirlo. La vida era lo primero, lo que procedía era procurar mejorar su calidad para los desheredados e indefensos. Había, pues, tarea por delante. Pero surgió el problema del aborto, del aborto en cadena, libre, y con él la polémica sobre si el feto era o no persona, y, ante él, el progresismo vaciló. El embrión era vida, sí, pero no persona, mientras que la presunta madre lo era ya y con capacidad de decisión. No se pensó que la vida del feto estaba más desprotegida que la del obrero o la del negro, quizá porque el embrión carecía de voz y voto, y políticamente era irrelevante. Entonces se empezó a ceder en unos principios que parecían inmutables: la protección del débil y la no violencia. Contra el embrión, una vida desamparada e inerme, podía atentarse impunemente. Nada importaba su debilidad si su eliminación se efectuaba mediante una violencia indolora, científica y esterilizada. Los demás fetos callarían, no podían hacer manifestaciones callejeras, no podían protestar, eran aún más débiles que los más débiles cuyos derechos protegía el progresismo; nadie podía recurrir. Y ante un fenómeno semejante, algunos progresistas se dijeron: esto va contra mi ideología. Si el progresismo no es defender la vida, la más pequeña y menesterosa, contra la agresión social, y precisamente en la era de los anticonceptivos, ¿qué pinto yo aquí? Porque para estos progresistas que aún defienden a los indefensos y rechazan cualquier forma de violencia, esto es, siguen acatando los viejos principios, la náusea se produce igualmente ante una explosión atómica, una cámara de gas o un quirófano esterilizado.

Vuelto a publicar en ABC el 20-12-07

jueves, 20 de diciembre de 2007

UN ORDENADOR EN CADA AULA

Frente a los que piensan que «lograr» que haya un ordenador en cada aula del país es una especie de conquista de la civilización similar al calendario de vacunación o la alfabetización universal, opino que la presencia de los ordenadores en los colegios e institutos debería retrasarse lo más posible. Si les soy sincero, en mi opinión los ordenadores no deberían usarse en el aula nunca. ¿Por qué?


Primero. Porque los niños no necesitan «aprender» a usar un ordenador. Los niños ya saben usar un ordenador, incluso los que no lo han usado nunca. En realidad, lo único que resulta verdaderamente difícil para usar un ordenador a nivel de usuario es escribir a máquina. Por lo demás, para saber usar un ordenador no hay nada que «aprender». Basta con tener dedos en las manos, no tener Parkinson y poder mover el dedo índice de arriba abajo.


Segundo. Porque los ordenadores no son «instrumentos de aprendizaje», por mucho que a algunos les guste pensar que lo son o que pueden serlo. El verdadero aprendizaje es el que se hace de forma oral y proviene de un maestro en una disciplina, sea la historia, el latín, la fisiología o las leyes, y los principales instrumentos de ayuda para este aprendizaje son los libros, siempre han sido los libros y siempre serán los libros. Los libros y las publicaciones periódicas de prestigio, claro está.


Madurez intelectual. Internet (que es, metonímicamente, de lo que estamos hablando realmente al referirnos a los «ordenadores») es, desde el punto de vista académico, una herramienta que nos facilita las cosas porque nos proporciona inmensas cantidades de información de forma instantánea. Pero esa información sólo es útil para aquellos que han alcanzado una madurez intelectual y poseen una formación previa. En ningún caso puede sustituir a las verdaderas fuentes de información que, insistimos, son los libros y las publicaciones periódicas prestigiosas.


Todos sabemos que uno puede fingir que es un experto en cualquier tema con sólo una hora de googlizar. Pero fingir un conocimiento no es lo mismo que poseerlo.


Tercero. Los ordenadores presentan el conocimiento, de forma fragmentaria y arbitraria, bajo la apariencia de trozos iluminados, frecuentemente acompañados de brillantes imágenes, por los que es posible transitar en cualquier dirección. Esta supuesta «libertad» de Internet es una mera apariencia, pero se presta a todo tipo de discursos estupendos donde se defiende la posibilidad de que cada uno cree su propio itinerario «personalizado» o se cantan las alabanzas del pensamiento «no lineal».


Un cierto orden. Pero todo esto no es más que basura. El conocimiento ha de ser «lineal» en el sentido de que para aprender cualquier cosa es necesario seguir un cierto orden y pasar por unas ciertas etapas, del mismo modo que leer una novela quiere decir leerla desde la primera página hasta la última y tal lectura no puede sustituirse por el chapoteo desordenado por una serie de pasajes «destacados» o «significativos». Nuestra vida es lineal porque sucede en el tiempo. La historia es lineal, porque lo que pasó después depende de lo que pasó antes. Es cierto que la vida de la imaginación, la del inconsciente, la de los sueños, no es lineal, pero a los defensores del arte de ratonear no les interesa la imaginación, ni el inconsciente, ni los sueños, y no están hablando de eso.


Muchas veces sucede que cuando creemos estar más allá de algo estamos, en realidad, más acá. En los años sesenta creíamos que una pastilla era algo más moderno que una manzana y que en el año 2007 ya no comeríamos manzanas, sino pastillas. Ahora estamos en el año 2007 y vemos que si hay algo más moderno que una simple manzana, no es precisamene una pastilla, sino una manzana de cultivo ecológico. Es decir, que lo más moderno resulta ser una manzana más antigua.


En las universidades americanas ya no se pide que se hagan trabajos sobre temas, que pueden fabricarse fácilmente picoteando aquí y allá en Internet, sino trabajos dedicados a un solo libro. De este modo, el profesor se asegura de que los alumnos lean, al menos, un libro. Uno solo, pero leído de verdad.


Sucede, pues, con el conocimiento como con los cultivos, y con los libros como con las manzanas.


Publicado en ABCD en 15 al 21 de diciembre. Por Andrés Ibañez.

lunes, 17 de diciembre de 2007

¿Es de izquierdas jugar a la lotería?

La Lotería, un test para las izquierdas

La ecualización democrática determina también la evolución de las izquierdas definidas hacia una izquierda indefinida de carácter ético y agnóstico (laico), orientada a la promoción de los llamados «valores de la izquierda». Sólo que estos valores, expresados en el terreno de la ética -Igualdad, solidaridad, libertad, tolerancia, atención a los ancianos, los niños o los marginados, etc. no son valores específicos de la izquierda; son valores compartidos por el centro y aun por la derecha. Sólo de modo incidental se habla algunas veces de «valores republicanos», incluso por las izquierdas que apoyan la Constitución de 1978, que ampara la Monarquía.

Un test muy significativo para medir el alcance de las diferencias éticas y morales que pretenden las izquierdas mantener frente a la derecha nos lo proporciona la institución de la Lotería. Ruiz Zorrilla había dividido a los españoles en dos clases: los católicos y los ateos, añadiendo, «los católicos creen en Dios, los ateos en la Lotería». Pero la institución de la Lotería ha sido mantenida y promocionada tanto por los gobiernos de izquierda como por los gobiernos de derecha. No hay contradicción alguna en que la derecha defienda la lotería. A fin de cuentas la distribución de los premios recuerda la distribución de la Gracia divina entre los hombres (sobre todo, tal como la entendió Calvino). La desigualdad entre los precisos y los agraciados, ya sea por el premio gordo, o por otros premios menores, ya sea por los dones del Espíritu Santo, es una desigualdad que habrá que explicar por la «voluntad de Dios». Y lo más parecido a esta lógica de la inescrutable Voluntad divina es la lógica del bombo de la lotería.
Pero un socialista o un comunista que busca la igualdad, y aún la igualdad económica ¿cómo puede amparar una institución que, por consenso de todos, se propone precisamente crear por azar la desigualdad más aguda entre los ciudadanos, por un azar que nada tiene que ver con el mérito o con el trabajo?

No deja de ser interesante observar la tendencia de los políticos, y periodistas, sobre todo de izquierdas, a subrayar la idea de que, tras el sorteo, «los premios han sido muy repartidos, y además entre gentes trabajadoras o necesitadas». ¿Acaso no sabe todo el mundo que los agraciados de verdad se mantienen anónimos y que los que salen en los medios, no por ser gente de la calle, dejan de ser agraciados injustamente, en relación con aquellos que siendo todavía más necesitados, porque no han podido siquiera comprar un décimo, no han recibido ningún premio?


Sacado de "El mito de la izquierda" de Gustavo Bueno. p. 276

sábado, 15 de diciembre de 2007

Reducción de la disonancia y conducta racional.

Al referirme a la conducta reductora de disonancia he empleado la palabra «irracional». Con ello quiero decir que es a menudo una conducta inadaptada, y puede impedir que una persona aprenda hechos importantes o descubra verdaderas soluciones a sus problemas. Por otra parte, sirve efectivamente a un propósito: la conducta reductora de disonancia defiende al yo; reduciendo la disonancia mantenemos una imagen positiva de nosotros mismos, una imagen donde somos buenos, listos o valiosos. Aunque esta conducta defensiva del yo puede considerarse útil, puede también tener consecuencias desastrosas. En el laboratorio, la Irracionalidad de la conducta reductora de la disonancia ha sido demostrada ampliamente en diversos experimentos. Un ejemplo especialmente interesante lo proporciona un estudio hecho por Edward Jones y Rika Kohler. Estos investigadores seleccionaron individuos profundamente comprometidos con una posición en el asunto de la segregación racial; algunos favorecían la segregación y otros se oponían a ella. Se les permitió entonces que leyesen una serie de argumentos a favor y en contra. Algunos de esos razonamientos eran extremadamente inteligentes y plausibles; otros eran tan poco sensatos que lindaban con lo ridículo, Jones y Kohler estaban interesados en determinar qué argumentos recordarían mejor esas personas. Si los individuos fuesen puramente racionales, podríamos esperar que recordasen los argumentos plausibles mejor y los menos plausibles peor: ¿por qué diablos querría una persona conservar argumentos en la cabeza? Por consiguiente, el hombre racional conservaría y recordaría todos los argumentos sensatos, descartando al mismo tiempo todos los argumentos ridículos. ¿Qué predice la teoría de la disonancia cognitiva? Es reconfortante tener a todos los sabios de nuestro lado y a todos los locos en el lado opuesto: cuando una persona lee o escucha un argumento estúpido favorable a su propia posición experimenta cierta disonancia, porque la necedad del argumento provoca ciertas dudas sobre lo sabio de su posición o sobre la inteligencia de las personas que coinciden con ella. De modo semejante, siempre que escucha un argumento plausible de signo contrario experimenta también cierta disonancia, porque sugiere la posibilidad de que el otro bando esté quizá en lo cierto. Puesto que esos argumentos provocan disonancia, intentará no pensar en ellos, es decir: puede no captarlos bien, o simplemente olvidarlos. Fue exactamente esto lo que Jones y Kohier descubrieron. Sus sujetos no recordaban de un modo racional-funcional. Tendían a recordar los argumentos sensatos conformes con su propia posición y los argumentos insensatos acordes con la posición opuesta.

Del capítulo “Autojustificación” de “El animal social” de Aronson. p. 150

viernes, 14 de diciembre de 2007

LA UNIVERSALIDAD DEL DEBER

Creo que no conoces el crimen del Rey David que cuenta la Biblia. David era rey de Israel. Su pueblo estaba en guerra contra otros pueblos vecinos. Mas como siendo rey se puede atender a otras cosas además de hacer la guerra, el rey David se enamoró. ¿Y quién crees que fue la afortunada? La esposa de Urías, el hitita, uno de sus soldados. Y si ya es delicado problema poner los ojos en una mujer casada, el asunto llega a ser peliagudo si pones algo más que los ojos. Y algo más debió poner, en este caso, porque ella se quedó embarazada.
Pero como para los reyes absolutos de entonces todo tenía solución, a David pronto se le ocurrió una. Aprovechando que el marido, Urías, era su soldado y estaba a sus órdenes, le adjudicó un puesto en la zona más peligrosa del campo de batalla. El resultado lo puedes imaginar: "dead in combat". ¡Qué listo eres, chaval! Tras su muerte, el Rey David consiguió llevarse la mujer a su palacio y hacerla su esposa. Bueno, una vez pasados los días del luto, que siempre es bueno guardar las formas...
Como puedes suponer, a Dios no le gustó nada semejante conducta y mandó a su profeta Natán para que le reprochara el crimen.
También es peliagudo tener que decirle a un rey que ha actuado mal. ¿No te parece? Natán no abordó el asunto directamente. ¿Qué podía hacer el profeta para que el propio David viera su pecado? Aprovechando que el deber es algo universal y que si obliga a uno obliga a todos, a Natán se le ocurrió la siguiente historia, que con mucho detalle le relató al rey: "Había dos hombres en una ciudad, uno rico y otro pobre. El rico tenía ovejas y bueyes en gran abundancia. El pobre no tenía más que una corderilla, a la que quería con locura. Llegó, un día, un visitante a la casa del rico y éste, y con el fin de darle bien de comer, en lugar de sacrificar a uno de los corderos de su rebaño, se aprovechó de su poder, mató y cocinó para él la única corderilla que el pobre poseía".
El Rey David, que estaba escuchando la historia, se encendió de ira: "El hombre que hizo eso merece la muerte", exclamó.
"Abre los ojos, tú eres ese hombre" le dijo el profeta. "Dios te ha hecho rey, te ha dado grandes riquezas, hubieras podido tener la mujer que hubieras querido... y tú hiciste que mataran a Urías para quitarle su esposa, como aquel de la historia que robó la única corderilla que su vecino tenía".
David reconoció su pecado inmediatamente. ¿Por qué? ¿Por qué no pudo defenderse ante la acusación de Natán? Porque el propio rey ya había desaprobado su crimen al censurar la acción del hombre rico de la historia. David, enfadándose contra el ladrón del cuento de Natán, estaba, en realidad, reprobándose a sí mismo.
¿Cuál es la clave aquí? ¿Cuál es la conclusión de todo esto? El deber moral es algo universal. Si una norma moral obliga, obliga a todos. La que rige para ti, rige por igual para cualquiera. Lo que yo no debo hacer, no debe hacerlo nadie en similar situación. Y en el caso de la historia, si no se debe utilizar el poder para aprovecharse de los más débiles, tan mal está que lo haga un rico como que lo haga un rey.
Fragmento del capítulo de "El deber" de "Ética para jóvenes".

jueves, 6 de diciembre de 2007

DISONANCIA COGNITIVA de L. Festinger

El tipo de procesos que hemos estado analizando aquí ha sido incluido dentro de una teoría de la cognición humana por Leon Festinger bajo el nombre de teoría de la disonancia cognitiva. Dentro de las teorías es algo notablemente simple, pero -como veremos- el campo de su aplicación es enorme. Analizaremos, en primer lugar los aspectos formales de la teoría y luego pasaremos a sus ramificaciones. Básicamente, la disonancia cognitiva es un estado de tensión que se produce cuando un individuo mantiene simultáneamente dos cogniciones o certezas (ideas, actitudes creencias, opiniones) psicológicamente incompatibles. Dicho de otro modo, dos cogniciones son disonantes si, considerándolas aisladamente, la opuesta a una sigue a la otra.
Puesto que la producción de una disonancia cognitiva es desagradable, las gentes se ven impulsadas a reducirla; esto es, a grandes rasgos, análogo a los procesos implicados en la inducción y reducción de impulsos como el hambre o la sed, excepto que aquí la fuerza impulsora procede de la incomodidad cognitiva más que de necesidades fisiológicas. Mantener dos ideas que se contradicen es jugar con el absurdo, y según observó Albert Camus, -el filósofo existencialista- el hombre es una criatura que se afana toda la vida intentando convencerse de que su existencia no es absurda. ¿Cómo nos convencemos de que nuestras vidas no son absurdas? Es decir, ¿cómo reducirnos la disonancia cognitiva? Cambiando una o ambas de las cogniciones o certezas para hacerlas más compatibles (más consonantes) entre sí, o añadiendo nuevas condiciones que ayuden a tender un puente entre las originales. Citaré un ejemplo que es casi demasiado familiar para muchas personas. Supongamos que una persona que fuma habitualmente lee un informe de datos médicos relacionando el uso de cigarrillos con el cáncer de pulmón y otras enfermedades respiratorias. El fumador experimenta entonces una disonancia. Su certeza “fumo cigarrillos” es disonante con su certeza “fumar cigarrillos produce cáncer". Sin duda, el modo más eficaz de reducir la disonancia en una situación semejante es abandonar el tabaco. La certeza «fumar cigarrillos produce cáncer» es consonante con la certeza «yo no fumo». Pero para la mayor parte de las personas no es cosa fácil abandonar el tabaco. Imaginemos a Sally, una chica joven que intentó dejar de fumar pero fracasó. ¿Qué hará para reducir la disonancia? Con toda probabilidad intentar modificar la otra certeza: «fumar cigarrillos produce cáncer». Sally puede atenuar los datos que vinculan el tabaco con el cáncer. Por ejemplo, puede intentar convencerse de que las pruebas empírica no son concluyentes. Además, puede que busque personas inteligentes que fuman y, al hallarlas, convencerse de que si Debbie, Nicol y Larry fuman, no puede ser tan peligroso. O quizá se cambie a un marca con filtro y se engañe creyendo que el filtro elimina los materiales productores del cáncer. Por último, puede añadir convicciones que son consonantes con el tabaco en un intento de hacer que su conducta sea menos absurda a pesar de su peligrosidad. De ese modo puede incrementar el valor de fumar; es decir, puede llegar creer que fumar es una actividad importante y muy agradable, esencial para su serenidad: “Mi vida puede ser más corta, pero será más grata.” De modo similar, puede efectivamente hacer una virtud, de hecho de fumar tabaco desarrollando una imagen romántica y arriesgada de sí mismo, jugando con el peligro al fumar un cigarrillo Toda esta conducta reduce la disonancia al reducir lo absurdo de caminar voluntariamente en dirección al cáncer. Sally justifica su conducta minimizando cognitivamente el peligro o exagerando la importancia de la acción. En efecto, Sally ha conseguido construirse una actitud o cambiar una actitud existente.
Poco tiempo después de la gran publicidad que rodeó en 1964 al informe inicial del ministerio de sanidad, se realizó un estudio para analizar las reacciones de las personas ante la nueva evidencia de que fumar facilitaba la aparición del cáncer. Los no fumadores sobrestimaban el informe, sólo un diez por ciento de ellos afirmaban que no se había probado la relación entre el fumar y el cáncer; este tipo de encuestados no tenían motivos para desconfiar del informe. Los fumadores se enfrentaban a un dilema mayor. El fumar es un habito difícil de dejar; sólo un nueve por ciento de los fumadores han sido capaces de abandonarlo. Para justificar su permanencia en el hábito, los fumadores tendían a desacreditar el informe. Resultaban ser más proclives a negar la evidencia: un 40 por ciento de los grandes fumadores contestaban que no se había demostrado aquella relación. También tendían más a emplear racionalizaciones: El doble de fumadores con respecto a los no fumadores coincidían en decir que había muchos avatares en la vida y que había cancerosos tanto entre los fumadores como entre los no fumadores.
Los fumadores que sean claramente conscientes de los peligros para la salud asociados con fumar pueden además reducir su disonancia de otra forma: minimizando el grado de su hábito. En un estudio reciente se encontró que de entre 155 fumadores, que fumaban entre una y dos cajetillas por día, un 60 por ciento se consideraban fumadores moderados; el otro 40 por ciento consideraban que fumaban en exceso. ¿Cómo podemos explicar estas diferencias en la autopercepción? No hay que extrañarse: quienes se decían “moderados” eran más conscientes de los efectos patológicos a largo plazo derivados del fumar que quienes se consideraban intensos fumadores. Es decir, ese grupo particular de fumadores en apariencia reducía su disonancia convenciéndose de que en realidad no es fumar mucho consumir uno o dos paquetes diarios. «Moderado» y «excesivo» son, después de todo, términos subjetivos.
Imaginemos a una adolescente que no ha empezado todavía a fumar. Tras leer el informe del ministro de Sanidad, ¿lo creerá? Desde luego. Las pruebas son objetivamente razonables, la fuente es experta y fidedigna; no hay razón para dejar de creerlo. Y éste es el quid del asunto: antes indiqué que las personas quieren estar en lo cierto, y que los valores y creencias se interiorizan cuando parecen ser correctos. Este deseo de estar en lo cierto es lo que lleva a las personas a poner mucha atención en todo cuanto hacen los otros y a seguir los consejos de comunicantes expertos y fidedignos. Conducta que es extremadamente racional. Sin embargo, hay fuerzas que pueden actuar contra esta conducta racional. La teoría de la disonancia cognitiva no presenta a las personas como seres racionales, sino como racionalizadores. De acuerdo con las hipótesis subyacentes a la teoría, la motivación de los hombres no es tanto estar en lo cierto como creer que estamos en lo cierto (y que somos inteligentes, decentes y buenos). A veces, el impulso de una persona a estar en lo cierto y su impulso a creer que está en lo cierto funcionan en la misma dirección. Esto es lo que sucede con la jovencita que no fuma y que por lo tanto, no tiene dificultades en aceptar la conexión entre el tabaco y el cáncer de pulmón. Cosa que sería también cierta para un fumador que al conocer las pruebas del vínculo entre el cáncer de pulmón y el tabaco consigue dejar de fumar. Sin embargo, la necesidad de reducir la disonancia (la necesidad de convencerse a uno mismo de que está en lo cierto) lleva a veces a una conducta inadaptada y, por consiguiente, irracional. Por ejemplo, algunos psicólogos dedicados a ayudar a las personas para que abandonen el tabaco han señalado con frecuencia que quienes intentan dejarlo y fracasan llegan a desarrollar con el tiempo una actitud más débil hacía los peligros del tabaco que quienes no han hecho todavía un esfuerzo serio por abandonarlo. ¿Por qué ocurrirá ese cambio de disposición?; si una persona se compromete seriamente con una línea de acción, corno es la de abandonar el tabaco, y luego falla en mantener su compromiso, pone en peligro su propia valoración como individuo fuerte y con autodominio. Evidentemente, esa situación genera disonancia. Una forma de reducir tal disonancia y recuperar un saludable concepto de sí -ya que no unos pulmones saludables- es la de menospreciar el compromiso mediante la percepción del hecho de fumar como algo poco peligroso. Un estudio del proceso seguido por 135 estudiantes, que tomaron la resolución de dejar de fumar, apoya nuestra observación. (...)

Existen en este texto algunas notas al pie que han sido eliminadas.

Fragmento del capítulo "Autojustificación" del libro "El animal social" de Aronson.

martes, 4 de diciembre de 2007

CONSERVADORES Y PROGRESISTAS

En España, desde que comenzó la democracia con la Constitución de 1978, las Cortes Generales han estado dominadas por dos grandes partidos. Uno, que podríamos llamar, simplificando en exceso, conservador o de derechas, y otro, progresista o de izquierdas.
Entender esta denominación quizá te dé una clave para comprender un poco más lo que ocurre en la política actual.
Los partidos conservadores suelen fijarse en los logros que la sociedad ha conseguido a lo largo de la historia. Valoran lo que de bueno tiene el presente orden social. Les parece una conquista difícil y dudan de que por el mero hecho de disfrutarlo hoy esté garantizado que seguiremos disfrutándolo el día de mañana. Su preocupación principal es conservar lo bueno que las anteriores generaciones nos han legado. Por eso se llaman "conservadores". Ponen la vista en lo conseguido, y como no lo dan por supuesto, su afán principal es que no se pierda, que no se destruya.
Los partidos progresistas da la impresión que hacen lo contrario. No valoran demasiado lo bueno que tiene esta sociedad. Les parece injusta, incompleta. Se fijan en lo que le falta para ser una sociedad perfecta, en lo que no les gusta como está y debería ser cambiado. No creen que la sociedad pueda retroceder a mayores niveles de injusticia. Los partidos progresistas quieren el cambio, pensando que siempre será a mejor.
¿Te das cuenta lo diferentes que son sus respectivas miradas? Unos ven los aspectos positivos y luchan por conservarlos. Los otros perciben lo malo y se esfuerzan por acabar con ello.
El temor del conservador es perder lo conseguido y empeorar. El temor del progresista es quedarse anclado en esta sociedad imperfecta y no mejorar.
No es que unos sean buenos y otros sean malos. Es que cada uno mira el mundo desde un deseo diferente. Por esa razón suelen caer en dos errores bien distintos.
Los progresistas les reprochan a sus contrincantes ser productores y cómplices de un orden social injusto. Según aquellos, los conservadores defienden las injusticias existentes porque de esa manera mantienen sus privilegios de siempre. Hay que reconocer que algunas veces, incluso muchas, estas críticas son acertadas.
¿Qué le reprocha la derecha a los partidos de izquierdas? Que con la excusa de hacer un mundo mejor, lo que quieren es obtener beneficios para sí mismos. “Quítate tú que me pongo yo”. Y que con el cacareado deseo de mejorar las cosas, en no escasas ocasiones acaban llevándonos a situaciones peores. Como te acabo de señalar, hay que reconocer que en numerosas ocasiones estas críticas son correctas.
Ortega, un célebre filósofo español, decía el siglo pasado: "Es triste observar a lo largo de la historia la incapacidad de las sociedades humanas para reformarse. Triunfa en ellas o la terquedad conservadora o la irresponsabilidad y ligereza revolucionarias. Muy pocas veces se impone el sentido de la reforma a punto, que corrige la tradición sin desarticularla, poniendo al día los instrumentos y las instituciones".
Eso es lo que habría que hacer: las reformas justas.
Sin caer en un inmovilismo que perpetúe lo malo o en un cambio alocado y "visionario" que pueda destruir lo bueno.
Ortega da en el clavo: Corregir la tradición sin desarticularla.
Sacado de "Ética para jóvenes" de Marcos Román.

IZQUIERDA Y DERECHA EN JULIÁN MARÍAS

Más inmediata gravedad tiene el rebrote de la dicotomía “derecha e izquierda”, que parecía en camino de superación. El motor principal es la pereza, la resistencia al esfuerzo que reclama el inventar algo más interesante y discreto. Muchos sienten prisa por recostarse sobre lo ya viejo y ensayado –y fracasado-, y los demás quieren a todo trance “reducir” a lo ya visto todo lo que significa alguna originalidad. Me he preguntado en otras ocasiones a qué se debe la larga vigencia de estas nociones, tan externas y azarosas, tan mecánicas, y por otra parte en qué consisten profundamente esas actitudes. La justificación histórica de la “derecha”, su lado positivo, es su sentido conservador, es decir, la creencia de que lo que existe, existe por algo, y por lo menos ha mostrado condiciones de viabilidad; el no estar dispuesto a lanzarlo todo por la borda, con cualquier motivo; y hacer las reformas partiendo de un torso que no se pone en cuestión. Pero el otro lado es claramente negativo. Lo vi con nitidez al considerar la figura del Comendador, en el Tenorio de Zorrilla, que sin duda pensó en su padre, magistrado absolutista a quien respetó y quiso mucho, pero a quien temió considerablemente y con el que no se entendió nunca. Era un hombre no exento de virtudes, pero de feroz insolidaridad. Cuando Don Juan le pide al Comendador que lo perdone y lo acepte como esposo de Doña Inés, Don Gonzalo no escucha, no cree en el arrepentimiento; y cuando Don Juan le advierte que va a perder hasta la esperanza de su salvación, le contesta con los dos versos más feroces, implacables y pétreos que se han escrito en nuestra lengua:

¿Y qué tengo yo, Don Juan, con tu salvación que ver?

¿Qué tengo yo que ver con tu hambre, con tus inquietudes, con tus dudas, con tus afanes, con tus diferencias?
En cuanto a la «izquierda», es el reverso de la medalla; su motor positivo es la pretensión de «solidaridad»; el hombre de izquierda siente que todo «va con él», que tiene que arreglarlo y remediarlo, principalmente si se refiere a los oprimidos o desposeídos; es un impulso de generosidad, de intervención, de proselitismo. El lado negativo es el frecuente utopismo, la predilección por el lejano -cuanto más remoto y desconocido, mejor- más que por el próximo, es decir, el prójimo; el deseo de «irritar», la irresponsabilidad, la afición al cambio por sí mismo, sin estar seguro de que sea para mejor, la propensión a destruir la casa para edificarla de nuevo según principios abstractos.

Ambos esquemas parecían hace ya mucho tiempo anticuados, extemporáneos, incapaces de suscitar esperanza. Pero no se debe desconocer la pereza imaginativa del hombre, la resistencia a pensar, la propensión a «volver». Y hay además los intereses acumulados que están en juego, lo que podríamos llamar las considerables inversiones hechas bajo los dos rótulos «izquierda» y «derecha», que no se quieren perder. En esto consiste la principal amenaza que el espíritu innovador encuentra, en constante riesgo de recaída.

p. 389 de “España Inteligible”. Julián Marías.

sábado, 1 de diciembre de 2007

Hablar contra uno mismo

En el experimento presentamos a nuestros sujetos un recorte de periódico con una entrevista a Joe «The Shoulder» Napolitano, que fue identificado justamente como lo he hecho aquí (como un mafioso criminal). En una de las situaciones experimentales, Joe pedía tribunales más severos y sentencias más duras; en otra, que los tribunales fueran más benignos y las sentencias menos severas. También preparamos un grupo paralelo de situaciones donde se atribuían las mismas declaraciones a un respetado funcionario público. Cuando Joe pedía tribunales más benignos, fue totalmente ineficaz; de hecho, hizo que las opiniones de los sujetos cambiaran levemente en dirección opuesta. Pero cuando solicitaba tribunales más estrictos y poderosos, su eficacia era grande, tanto como la del respetado funcionario público cuando expuso su argumentación. Este estudio demuestra que Aristóteles no estaba completamente en lo cierto; un comunicante puede no ser atractivo, puede ser una persona inmoral y, sin embargo, seguir siendo eficaz, mientras esté claro que nada puede ganar (y quizá pueda perder algo) persuadiendo al público. ¿Por qué resultó tan efectivo en nuestro experimento Joe “The Shoulder”? Veámoslo con atención. La mayoría de las personas no se extrañarán al escuchar a un condenado reconocido argumentar a favor de un sistema más blando de justicia criminal. El conocimiento que tiene la gente del escenario de la criminalidad y su propio interés les hace esperar un mensaje de tal estilo. Si, por contra, reciben un tipo de comunicación divergente entonces sus expectativas no se confirman. Para resolver esa contradicción, la audiencia puede concluir que el condenado se ha reformado, o bien puede sospechar que el criminal está sometido a algún tipo de presión para hacer declaraciones contrarias a la delincuencia. En ausencia de evidencia para apoyar tales suposiciones, se hacen más razonables otras explicaciones: puede ocurrir que la verdad del asunto sea tan evidente que, aunque en apariencia contradiga su ambiente y su autointerés, quien habla crea sinceramente en la posición que defiende, Reconsideremos el incidente de los «no-violentos» de Austin, y recordemos la controversia que rodea al endurecimiento de las normas contra las manifestaciones. Cuando la policía, a quien se supone que le disgustan las protestas y de quien se espera que se oponga a la manifestación, testificó a favor de permitir la concentración, su opinión resultó muy influyente.
Fragmento del capítulo "Comunicación de masas, propaganda y persuasión" del libro de ARONSON: "El animal social".

LO QUE HIZO LA LOGSE

El primer día que lo colgué el texto era fruto de un "escaneado" precipitado. Ahora está ya corregido.
LA LOGSE.
La Ley de Ordenación General del Sistema Educativo, de 3 de octubre de 1990, era la culminación de toda la política educativa socialista y se proponía llevar a cabo un cambio radical en la enseñanza española. No tanto mejorarla, como tal enseñanza, sino a través de ella operar una verdadera transformación social, poniendo sus particulares creencias por encima de la armonización democrática de distintas concepciones de la organización social y de la vida. Fue la ley de un partido bifronte que con una mano quiso construir un sistema educativo socialista para una sociedad que, con la otra mano, el mismo partido dirigía al capitalismo más desvergonzado. Se trataba de una auténtica Nueva Planta en la que se cambiaba todo: la estructura del sistema educativo, los tipos de centros, las pedagogías, las materias y las políticas aplicables a los profesores. Si hasta entonces había una enseñanza básica de tipo comprensivo, todos juntos, hasta los catorce años, para pasar luego a la Formación Profesional o al Bachillerato, como vías diferenciadas, la LOGSE prolongó la obligatoriedad y la comprensividad -impidiendo la elección- hasta los dieciséis, dejando el bachillerato posterior en "bachilleratito" de dos años; el más corto de Europa. Los institutos de BUP y COU y los de Formación Profesional se unificaron, como sus cuerpos de profesores, y se incorporó a ellos a los niños de 12 años que antes estaban en los colegios de EGB, que además no llegaron solos, sino con los mismos maestros que ya les impartían ese ciclo superior de EGB en sus colegios, con lo que dejaron de percibir el cambio de centro, de etapa y de modelo de trabajo. Los institutos pasaban así a convertirse en extensiones de las escuelas. En el mismo sentido se transformaron las pedagogías, instaurándose una dictadura del pedagogismo que arrinconó los conocimientos, burocratizó hasta el ridículo, puso el control ideológico en manos de los nuevos pedagogos no profesores, limitó las exigencias y las repeticiones de curso (hasta crear la figura del alumno "PIL": promociona por imperativo legal), incompatibles con la necesidad de mantener juntos a los alumnos sin posibilidad de diferenciarse, aligeró la noción misma del examen, eliminó los de septiembre y envió a los inspectores, nombrados a dedo en muchos casos por adhesión política, a recomendar que no se suspendiera más allá de un determinado porcentaje que se consideraba el razonable por la ciencia pedagógica, so pena de tener que justificar con informes exhaustivos por qué se cometía semejante atentado contra la juventud. Las asignaturas dejaron de serio para convertirse en meras áreas divulgativas, disminuyendo las horas de las materias fundamentales para implantar optativas, talleres y mafias varias. Y, por último, se eliminaron los cuerpos de profesores constituidos por el principio de mérito, se destruyó la unidad de los claustros, a los que se despojó de la capacidad decisoria para entregarla a los consejos escolares, y se pusieron todas las políticas profesionales en manos de los sindicatos, preocupados de su prevalencia en el sistema y de favorecer a los suyos, sustituyendo el saber y el estudio por el número y la capacidad de presión como referentes para el ascenso profesional. Y algo parecido ocurrió en la enseñanza primaria, donde el pedagogismo se impuso apoyado en hábiles políticas que hicieron creer a muchos maestros en su condición mesiánica, y donde aquellos que aún representaban la fe en el conocimiento, en que su trabajo era el cimiento de todo lo que venía después, fueron estigmatizados como anacrónicos y caducos.
Estas, no se engañen, son algunas de las verdades de la educación que el ruido mediático y el "agit-prop" sindical se encargan de mantener ocultas. Los profesores que hoy aún pretenden enseñar, los que a trancas y barrancas acuden cada día a su trabajo dispuestos a no ceder, se encuentran con el recelo de las familias, el abandono de una administración sólo preocupada por las estadísticas y la prensa, los tejemanejes profesionales, y el rechazo de aquellos chicos que los ven más como sus carceleros que como copartícipes de un sistema desgraciado que obliga a ambos a lo que no quieren. Y, en fin, con la más absoluta ignorancia social sobre las verdaderas condiciones en que se desarrolla la que antaño fuera considerada trascendental tarea.
Epígrafe de la introducción del libro "La enseñanza destruida" de Javier Orrico. p. 17-19

sábado, 24 de noviembre de 2007

DEDICATORIAS

Aunque para buena parte de los lectores pueda pasar inadvertido, muchos de los libros que leemos están dedicados a alguien. ¿Qué esconden las dedicatorias? ¿Qué las motiva? ¿Quiénes están detrás de los nombres a los que los autores dedican sus obras?
«En general, mis dedicatorias son recuerdos a algún amigo fallecido, o bien una muestra de agradecimiento a alguna persona sin cuya contribución el libro no habría salido, o habría sido mucho más difícil -afirma Manuel Longares, que dedicó La novela del corsé a Vicente Verdú, Operación Primavera a Ricardo Cid Cañaveral y Romanticismo a Marcos-. Normalmente, dedico sin más historia. La persona a quien se lo dedicas y el autor saben por qué es, y es algo en lo que no deben intervenir terceras personas. Mi última novela, por ejemplo, se la dedico a Marcos, sencillamente. Ni siquiera digo que es mi hijo.»
Es difícil, incluso para los escritores, explicar por qué un libro está o no dedicado. Se apela a razones sentimentales, de agradecimiento o de reconocimiento. Aun así, hay grandes obras de la literatura que no tienen dedicatoria: Ulises, de Joyce; La metamorfosis, de Kafka; Muerte en Venecia, de Mann... Pero hay otras muchas que sí, y que permiten conocer datos sobre el autor, el destinatario, y sobre la propia obra. Proust, por ejemplo, dedica Por el camino de Swann al periodista francés Gaston Calmette, director de Le Figaro, asesinado por la mujer de un ministro contra el que el periódico dirigió una dura campaña, y del que amenazó con publicar una carta comprometedora. Gabriel García Márquez dedicó la edición española de Cien años de soledad a «Jomí García Ascot y María Luisa Elío», amigos que lo visitaron con frecuencia en México mientras escribía, junto al matrimonio Mutis, a quienes dedicó la edición francesa: «Pour Carmen et Álvaro Mutis».

¿Quién será? «Personalmente, me gustan mucho las dedicatorias en las que figura solamente un nombre -admite Lola Beccaria, que tiene cuatro novelas publicadas, dos dedicadas y otras dos no-. Los nombres hacen que se desate la imaginación. Te preguntas quién será esa persona, ¿una pareja? ¿un compañero? E intentas imaginar una historia completa, construirla a raíz de ese nombre. La dedicatoria es, en muchos casos, la única huella del autor, como persona, que hay en el libro. Y aunque es muy tentador construir una frase bonita, me parece un artificio, porque ahí no eres un escritor, sino una persona.» Entre las dedicatorias de Beccaria: «A mis padres», en La luna en Jorge, o «Para Carmen. Para Emejota», en Mariposas en la nieve.
En general, los destinatarios de las dedicatorias suelen ser personas cercanas al escritor: padres, hermanos, parejas y también maestros y amigos, a quienes se hace llegar un mensaje de gratitud o afecto. Muchos de estos mensajes se expresan con alguna clave que tiene que ver con la propia obra. Así, Antonio Orejudo dedicó Ventajas de viajar en tren a su mujer y a sus hijos, casi recién nacidos, con un juego relacionado con el título «A Elena, Jorge y Paula, largos recorridos». «Creo que las personas aprecian las dedicatorias como una muestra de afecto o de cariño, y por eso transijo, pero ya que es algo ñoño de por sí, prefiero ser austero y sobrio», explica.
«A mis enemigos». Hay casos en los que los dedicatarios son eliminados o sustituidos. Ocurrió con El manuscrito carmesí, de Antonio Gala. En la primera edición, de 1990, se lee: «A C. sin cuya contradictoria ayuda no se habría escrito este libro», dedicatoria que es eliminada a partir de la séptima edición. También desapareció del libro de Jardiel Poncela Espérame en Siberia, vida mía la dedicatoria a su hermana y a su hija, con las que al parecer el autor se enemistó. Y Cela cambió la de La familia de Pascual Duarte, originariamente dedicada al dramaturgo Víctor Ruiz Iriarte, por otra mucho más acorde con su personalidad: «Dedico este libro a mis enemigos, que tanto me han ayudado en mi carrera».
«Seguramente, una de las más célebres dedicatorias de la filosofía del siglo XX sea la de Ser y tiempo, de Heidegger -señala el ensayista Javier Gomá-. Decía: "A Edmund Husserl, con admiración y amistad". Husserl fue su maestro y quien le apoyó para que, a su jubilación, ocupara su cátedra. En 1941, miembro Heidegger del partido nazi, y sometido Husserl a depuración por su condición de judío, Heidegger hace desaparecer la dedicatoria en la quinta edición de su libro, en lo que es una clara rendición del filósofo ante la Historia.»
En el otro extremo están quienes no sólo no eliminan a nadie de las dedicatorias, sino que las amplían. Ocurrió con el propio Gomá. Su libro Imitación y experiencia apareció dedicado en la primera edición a su mujer y a sus hijos, dedicatoria que en la edición de bolsillo fue ampliada a su hija Casilda, que había nacido entre tanto. También lo hizo Cela en El bonito crimen del carabinero, publicado en 1947, y que fue ampliando en sucesivas ediciones, de modo que es necesario consultarlas todas para conocer cómo evoluciona.
Misteriosas iniciales. «Es cierto que muchas veces la dedicatoria contiene alguna clave, algún mensaje cifrado que los lectores no somos capaces de entender -asegura Rogelio Rodríguez Pellicer, profesor de Lengua y Literatura y autor de una tesis doctoral sobre dedicatorias impresas-. Recuerdo una, especialmente intrigante, de Pedro Mata, en Corazones sin rumbo, que estaba dedicado "A...". Pueden imaginarse las cábalas respecto a quién era el destinatario. Hay también una novela de José Luis Prado Nogueira dedicada "A X". Y otra de Mercedes Salisachs que la dedica a "T". En todo caso, no conviene olvidar que los lectores no son los receptores de las dedicatorias, sino meros espectadores de una historia, un guiño, una confesión que no se dirige a ellos.» Dentro de estas dedicatorias pretendidamente oscuras, puede citarse la de Julian Barnes en Arthur & George: «A P. K.»
En el otro extremo, los escritores que hacen de la dedicatoria una declaración pública de simpatías y afectos. Onetti, en Juntacadávere, escribe: «Para Susana Soca: por ser la más desnuda forma de la piedad que he conocido; por su talento»; Mario Vargas Llosa, en Conversaciones en La Catedral: «A Luis Loayza, el borgiano del Petit Thouars, y a Abelardo Oquendo, el Delfín, con todo el cariño del sastrecillo valiente, su hermano de entonces y de todavía».
«Salvo que alguien me convenza de lo contrario, los escritores latinoamericanos se distinguen claramente como los grandes dedicadores -sostiene Juan Carlos Bondy, escritor y periodista peruano, autor de un blog sobre la creación literaria-. La mejor dedicatoria que he leído en mi vida la escribió Alfredo Bryce en La última mudanza de Felipe Carrillo: "A Luis León Rupp, a quien siempre recibo en mi casa con una etiqueta negra en el whisky y el corazón en la mano". Otra de Bryce que me parece estupenda está en La vida exagerada de Martín Romaña: "A Sylvie Lafaye de Micheaux, porque es cierto que uno escribe para que lo quieran más". Tampoco están nada mal la de Sabato en El túnel: "A la amistad de Rogelio Frigeiro, que ha resistido todas las vicisitudes de las ideas"; o la de García Márquez, fulminante, en El amor en los tiempos del cólera: "A Mercedes, por supuesto".»
Hospital de sangre. La lista de curiosidades es interminable. Gesualdo Bufalino dedica Perorata del apestado «A quien lo sabe», y Félix Duque Historia de la filosofía moderna. La era de la crítica a su perro, «Argos, el único ser que no me ha abandonado en mi furioso teclear». También Claudio Rodríguez dedicó un libro a Sirio, el perro de Aleixandre, como Arrabal, que mencionó en una de sus dedicatorias a su perrita Blanca. «Se han dedicado libros a un bar, a una ciudad, lo hizo Delibes en El hereje, dedicado a Valladolid; a un ascensor, a un árbol -enumera Rogelio Rodríguez-. Recuerdo una dedicatoria de Miguel Sáinz a su pierna derecha, y otra de Miguel Hernández al muro de un hospital de sangre, y recuerdo una muy simpática de Álvaro de la Iglesia que dice: "A mí, con todo el afecto, de yo".»
Pocos problemas tiene, para dedicar, Enrique Vila-Matas. A poco que se pase revista a sus libros, se puede comprobar que El viaje vertical, París no acaba nunca, El mal de Montano, Bartebly y compañía y Doctor Pasavento tienen, exactamente, la misma dedicatoria: «A Paula de Parma». Sin embargo, en su último libro, Exploradores del abismo, matiza: «A Paula de Parma, molto vivace». Está flaqueando.

Publicado en ABCD 10 al 16 de Noviembre. Por Jesús Marchamalo.

viernes, 23 de noviembre de 2007

TODAS ÍBAMOS A SER REINAS (Gabriela Mistral)

Todas íbamos a ser reinas,
de cuatro reinos sobre el mar:
Rosalía con Efigenia
y Lucila con Soledad.

En el valle de Elqui, ceñido
de cien montañas o de más,
que como ofrendas o tributos
arden en rojo y azafrán.

Lo decíamos embriagadas,
y lo tuvimos por verdad,
que seríamos todas reinas
y llegaríamos al mar.

Con las trenzas de los siete años,
y batas claras de percal,
persiguiendo tordos huidos
en la sombra del higueral.

De los cuatro reinos, decíamos,
indudables como el Korán,
que por grandes y por cabales
alcanzarían hasta el mar.

Cuatro esposos desposarían,
por el tiempo de desposar,
y eran reyes y cantadores
como David, rey de Judá.

Y de ser grandes nuestros reinos,
ellos tendrían, sin faltar,
mares verdes, mares de algas,
y el ave loca del faisán.

Y de tener todos los frutos,
árbol de leche, árbol del pan,
el guayacán no cortaríamos
ni morderíamos metal.

Todas íbamos a ser reinas,
y de verídico reinar;
pero ninguna ha sido reina
ni en Arauco ni en Copán...

Rosalía besó marino
ya desposado con el mar,
y al besador, en las Guaitecas,
se lo comió la tempestad.

Soledad crió siete hermanos
y su sangre dejó en su pan,
y sus ojos quedaron negros
de no haber visto nunca el mar.

En las viñas de Montegrande,
con su puro seno candeal,
mece los hijos de otras reinas
y los suyos nunca-jamás.

Efigenia cruzó extranjero
en las rutas, y sin hablar,
le siguió, sin saberle nombre,
porque el hombre parece el mar.

Y Lucila, que hablaba a río,
a montaña y cañaveral,
en las lunas de la locura
recibió reino de verdad.

En las nubes contó diez hijos
y en los salares su reinar,
en los ríos ha visto esposos
y su manto en la tempestad.

Pero en el valle de Elqui, donde
son cien montañas o son más,
cantan las otras que vinieron
y las que vienen cantarán:

-"En la tierra seremos reinas,
y de verídico reinar,
y siendo grandes nuestros reinos,
llegaremos todas al mar."

GABRIELA MISTRAL

lunes, 19 de noviembre de 2007

PENSAR DIFERENTE

Sir Ernest Rutherfort, presidente de la Sociedad Real Británica y ganador del premio Nobel de Química en 1.908, contaba la siguiente anécdota:

Hace algún tiempo, recibí la llamada de un colega. Estaba a punto de poner un cero a un estudiante por la respuesta que había dado a una pregunta de física, a pesar de que éste afirmaba con rotundidad que su respuesta era absolutamente acertada.

Profesor y estudiante acodaron pedir arbitraje de alguien imparcial, y yo fui el elegido.Leí la pregunta del examen, y decía: "Demuestre cómo es posible determinar la altura de un rascacielos con la ayuda de un barómetro".

El estudiante había respondido: "Lleva el barómetro a la azotea del edifico, y átale una cuerda muy larga. Descuélgalo hasta la base del edificio, marca y mide. La longitud de la cuerda es igual a la altura del edificio".

Realmente, el estudiante había planteado un serio problema con la reclamación de su nota, puesto que había respondido a la pregunta completa y correctamente.Por otro lado, si se le concedía la máxima puntuación debida, podría alterar el promedio de su año de estudios, obtener una nota más alta, y así certificar su alto nivel en física; pero la respuesta no confirmaba que el estudiante tuviera ese nivel.

Sugerí que se le diera al alumno otra oportunidad. Le concedí seis minutos para que me respondiera a la misma pregunta, pero esta vez con la advertencia de que en la respuesta debía mostrar sus conocimientos de física.

Habían pasado cinco minutos, y el estudiante no había escrito nada. Le pregunté si deseaba marcharse, pero me contestó que tenía muchas respuestas al problema; su dificultad era elegir la mejor de todas.

Me excusé por interrumpirle y le rogué que continuara.En el minuto que quedaba, escribió la siguiente respuesta:Coge el barómetro y lánzalo al suelo desde la azotea del edificio, calcula el tiempo de caída con un cronómetro.
Después se aplica la fórmula y así obtenemos la altura del edificio.
X= 0,5 x a x t2 (t2= t al cuadrado)
X= altura del edificio.
a= aceleración de la gravedad.
t= tiempo empleado en la caída.

En este punto le pregunté a mi colega si el estudiante se podía retirar.Le dio la nota más alta que podía otorgarle.Tras abandonar el despacho de mi colega, me reencontré con el estudiante y recordé que tenía varias respuestas para la pregunta, así que le pedí que me las contara.

-Bueno- respondió el estudiante, -existen muchas maneras de saber la altura de un edificio con la ayuda de un barómetro.Por ejemplo, puedes coger el barómetro en un día soleado y medir la altura del barómetro y la longitud de su sombra. Si medimos a continuación la longitud de la sombra del edificio y aplicamos una simple regla de tres, obtendremos también la altura del edificio.

-Perfecto -le dije-, ¿y de otra manera?
-Si -contestó-, éste es un procedimiento muy básico para medir un edificio, pero también sirve. En este método, coges el barómetro y te sitúas en las escaleras del edificio en la planta baja. Según vas subiendo las escaleras, vas marcando la altura del barómetro y cuentas el número de marcas hasta la azotea. Multiplicas al final la altura del barómetro por el número de marcas hechas, y eso también te da la altura del edificio.

Un método muy directo."por supuesto, si lo que quiere es un procedimiento más sofisticado, puede atar el barómetro al final de una cuerda, y moverlo como si fuera un péndulo. Si calculamos que cuando el barómetro está a la altura de la azotea la gravedad es cero, y si tenemos en cuenta la medida de la aceleración de la gravedad al descender el barómetro en trayectoria circular al pasar por la perpendicular del edificio, la diferencia de estos valores, y aplicando una sencilla fórmula trigonométrica, podríamos calcular , sin duda, la altura del edificio".

"En el mismo estilo de sistema, puedes atar el barómetro con una cuerda y descolgarlo de la azotea a la calle. Usándolo como un péndulo, puedes calcular la altura midiendo su período de presesión".

"En fin, -concluyó-, existen otras muchas maneras de resolver el problema"."Probablemente la mejor sea coger el barómetro y golpear con él en la puerta de la casa del conserje. Y cuando responda a nuestra llamada decirle lo siguiente: Señor conserje, tengo aquí un bonito barómetro. Si usted me dice la altura de este edificio, se lo regalo".

En este momento de la conversación le pregunté si realmente no conocía la respuesta convencional a este problema (la diferencia de presión marcada por un barómetro en dos lugares diferentes nos proporciona la diferencia de altura entre ambos lugares). Evidentemente admitió sin dudar que la conocía, pero que durante sus estudios preuniversitarios sus profesores habían tratado de enseñarle CÓMO PENSAR.

El estudiante se llamaba Niels Bohr (1885-1962), físico danés, premio Nobel de física en 1922. Más conocido por ser el primero en proponer el modelo de átomo con protones y neutrones y los electrones que los rodeaban -la típica figura de un pequeño núcleo rodeado de tres órbitas elípticas-, fue, fundamentalmente, un innovador de la teoría cuántica..

Sir Ernest Rutherfort

martes, 13 de noviembre de 2007

PICARDÍA

CICLISMO EN GRIGNAN

Insisto en desconfiar de la casualidad, esa fachada de un establishment ontológico que se obstina en mantener cerradas las puertas de las más vertiginosas aventuras humanas, es decir que si después de leer un libro de Georges Bataille yo hubiera bebido una copa de vino en un café de Grignan, la chica de la bicicleta no se hubiera situado antes, con esa aura que cierne los instantes privilegiados; al establecer un enlace entre el libro y la escena, la memoria hubiera tejido la malla causal, la explicación simplificadora de toda cadena eslabonada por un condicionamiento favorable a la tranquilidad del espíritu y al rápido olvido. No fue así, pero primero hay que decir que Grignan se honra con el recuerdo de Madame de Sevigné, y que el cafecito con mesas al aire libre está situado a la sombra del monumento donde esta señora, pluma de mármol en la mano, sigue escribiéndole a su hija las crónicas de un tiempo al que no tenemos acceso. Dejando el auto a la sombra de un plátano, fui a descansar de tanto viraje en las colinas; me gustan esos pueblos tranquilos del mediodía, allí se sirve el vino en unas copas de vidrio espeso que la mano toma como si volviera a encontrarse con algo oscuramente familiar, una materia casi alquímica que ya no existe en las ciudades. La plazoleta estaba amodorrada, de cuando en cuando un auto o un carricoche le entornaban los ojos, y las tres amigas charlaban y reían cerca de las mesas, dos de ellas a pie y la otra en su bicicleta un poco ladeada, un modelo quizá demasiado grande para ella, un pie descansando en tierra y el otro jugando distraídamente con los pedales.Eran adolescentes, las bellas de Grignan, los primeros bailes y los últimos juegos: la ciclista, la más bonita llevaba el pelo largo, recogido como cola de caballo que se agitaba a un lado y otro con cada risa, con alguna mirada hacia las mesas del café; las otras no tenían su gracia de potranca, estaban como enclavadas en personajes ya decididos y ensayados, las burguesitas con todo el futuro escrito en la actitud; pero eran tan jóvenes y la risa les venía desde la misma fuente común, saltaba en el aire de mediodía, se mezclaba con las palabras, las tonterías, ese diálogo de las niñas que apunta a la alegría y no al sentido. Tardé en darme cuenta de por qué la ciclista me interesaba de alguna manera. Estaba de perfil, casi vuelta de espaldas por momentos, y al hablar subía y bajaba livianamente en la silla de la bicicleta; bruscamente vi. Había otros parroquianos en el café, cualquiera podía ver, las dos amigas, ella misma podía saber lo que estaba ocurriendo: me tocó a mí (y a ella, pero en otro sentido). Ya no miré más que eso, la silla de la bicicleta, su forma vagamente acorazonada, el cuero negro terminado en una punta acorazonada y gruesa, la falda de liviana tela amarilla moldeando la grupa pequeña y ceñida, los muslos calzados a ambos lados de la silla pero que continuamente la abandonaban cuando el cuerpo se echaba hacia delante y bajaba un poco en el hueco del cuadro metálico; a cada movimiento la extremidad de la silla se apoyaba un instante entre las nalgas, se retiraba, volvía a apoyarse. Las nalgas se movían al ritmo de la charla y las risas, pero era como si al buscar nuevamente el contacto de la silla la estuvieran provocando, la hicieran avanzar a su vez, había un mecanismo de vaivén interminable y eso ocurría bajo el sol en plena plaza, con gente mirando sin ver, sin comprender. Entonces era así, entre la punta de la silla y la caliente intimidad de esas nalgas adolescentes no había más que la malla de un slip y la delgada tela amarilla de la falda. Bastaban esas dos nimias vallas para que Grignan no asistiera a algo que hubiese provocado la más violenta de las reacciones, la chica seguía apoyándose y alejándose rítmicamente de la silla, una y otra vez la gruesa punta negra se insertaba entre las dos mitades del joven durazno amarillo, lo hendía hasta donde la elasticidad de la tela la dejaba, volvía a salir, recomenzaba; la charla y las risas duraban como la carta que madame de Sevigné seguía escribiendo en su estatua, la lenta cópula per angostam viam se cumplía cadenciosa, interminable, y a cada avance o retroceso el pelo en cola de caballo saltaba hacia un lado, azotando un hombro y la espalda; el goce estaba presente aunque no tuviera dueño, aunque la chica no se diera cuenta de ese goce que se volvía risa, frases sueltas, diálogo de amigas; pero algo en ella lo sabía, su risa era la más aguda, sus gestos los más exagerados, estaba como salida de sí misma, entregada a una fuerza que ella misma provocaba y recibía, hermafrodita inocente buscando la fusión conciliadora, devolviendo en follaje estremecido tanta savia primera.

Por supuesto me fui, llegué a París, y cuatro días después alguien me prestó Histoire de l´oeil de Georges Bataille; cuando leí la escena de Simone desnuda en la bicicleta, alcancé en toda su salvaje hermosura lo que tratan de alentar los primeros párrafos de este texto, tal vez demasiado ciclista.
"Ciclismo en Grignan", sacado del libro "Ultimo round", de Cortazar

CHISTE SOBRE EDUCACIÓN

pinchen en el dibujo para ampliarlo



Publicado por Puebla en ABC el día 11-11-07

sábado, 10 de noviembre de 2007

iPod party...

Bailar con las orejas

por Emili J. Blasco desde Londres


Es el “mobile clubbing”. Citas por internet congregan a grupos de jóvenes con sus iPods en lugares donde una fiesta estaría prohibida, pero nadie puede echarles porque la suya es una “party” silenciosa

LONDRES. El personal de seguridad de la Tate Modern, el principal museo de arte contemporáneo de Londres, se sorprendió de que tanta gente comenzara a concentrarse dentro del edificio al final de un viernes. Las sospechas de que algo iba a pasar se acrecentaron cuando, a punto de dar las siete de la tarde, decenas de personas rezagadas entraran corriendo para reunirse con las demás. A las 19.01 hubo la respuesta: todos comenzaron a bailar al mismo tiempo, cada uno con los auriculares de su reproductor MP3 en los oídos.
La imagen bien podía ser una instalación ideada por alguno de los artistas que exponen en la Tate: gente moviéndose a diferentes ritmos (cada cual con su propia selección de música) y en silencio. Eso les pareció a algunos visitantes que llegaron entonces al museo, conocedores de las “estravagancias” de sus galerías.
Luego, en vista del éxito de concurrencia y de que tal masa de gente no iba a ser lanzada a la calle, los congregados comenzaron a dar gritos al unísono de vez en cuando, animándose unos a otros. Y todo eso sin alcohol, pues la presencia de botellas o latas de cerveza habría aumentado el riesgo de desalojo.
Ese día fue en la Tate, otra vez anterior ocurrió a las puertas de la catedral de San Pablo, y también el vestíbulo de la estación de King's Cross ha sido escenario de esas convocatorias sorpresa. El “mobile clubbing” se ha puesto de moda para hacer amigos, bailar tu propia selección de música y hacerlo sin sentido del ridículo porque otros también se mueven sin que los demás oigan sus sones, gozar con la transgresión de montar una fiesta en un lugar insospechado, no tener que pagar entrada para divertirse y quedar con gente con la que luego marchar de convencional “clubbing”.
Una de las webs desde las que se organizan estas citas es “dontstayin.com”, página en la que luego se cargan fotografías del evento. “Ocupar vuestro sitio y sonreír a los otros 'clubbers'; en el momento en que el reloj marque las siete y un minuto, comenzad a bailar como nunca lo habíais hecho antes. Pasad la voz”, decía el mensaje previo colocado en la web. “Por fin va a haber algo digno de verse en la Tate”, advertía un tal “media barba medio dj”, mientras que “Big D” se quejaba de no poder entrar alcohol en el museo: “no a ser lo mismo sin una buena botella de tinto”.
publicado en ABC 10-11-07

CONTRA LOS BLOGS

¿Conocen ustedes el teorema de los «infinitos monos»? Si usted equipa a un número infinito de monos con un número infinito de máquinas de escribir, tarde o temprano alguno de ellos escribirá El Quijote. Este chiste académico de los evolucionistas del siglo XIX ha servido al polémico Andrew Keen para lanzar otro teorema en el siglo XXI: «Si equipamos a un número infinito de internautas con un número infinito de ordenadores sólo crearemos una masa infinita de mediocridad». Y Keen explica la razón: «Porque la inmensa mayoría de los internautas no tiene más talento que los monos».
¿Un lutero digital?. Muchos pensarán que quien ha dicho esta barbaridad debe ser un anciano que no sabe ni encender un ordenador, y que detesta todo lo que huela a internet. Se equivocan. Andrew Keen, 47 años, es uno de los pioneros de la Red. Fue incluso uno de los primeros en lanzar la Web 2.0, es decir, esa evolución de internet por la cual los internautas ya no se limitan a recibir información, sino que ahora participan, modelan e influyen en la Red.
Keen se pasa todo el día despotricando contra los blogueros que exponen sus pensamientos insulsos, contra los freakies que cuelgan en YouTube sus vídeos de aficionado, contra los que usan internet de forma anónima para ridiculizar a las personas con talento. Y por eso muchos le tachan de ciberfascista. Otros en cambio, le apodan el Lutero de la Red porque ha lanzado una gigantesca protesta contra la religión establecida.
El grito de Keen es que todos esos aficionados de internet se están cargando nuestra cultura, y así lo expone en un libro que está abriendo heridas por donde pasa: The cult of the amateur. «Mucha gente no se ha dado cuenta de las implicaciones que trae la revolución de internet, en el sentido de que está minando el trabajo de los profesionales», explica en una entrevista realizada por teléfono. «No es lo mismo un análisis serio de un profesor de universidad que el de un chaval de 14 años».
Google orwelliano. Licenciado en Historia Moderna por la Universidad de Londres, y con varios postgrados en política y filosofía, este británico se mudó a la progresista localidad californiana de Berkeley para emitir sus protestas. Y desde luego está haciendo daño porque afirma que «la democratización» de internet sólo trae mediocridad. Y Google, el gran tótem de los jóvenes del mundo, es el Gran Hermano que nos come el coco: «Google se está convirtiendo en lo que Orwell denunció en su libro 1984».
Lo más sorprendente de Keen es que en su libro despotrica sanguinariamente contra lo que pensábamos que era lo más bonito de la Red. ¿Los blogs? «Blogueamos como monos desvergonzados sobre nuestras vidas privadas, nuestra vida sexual, nuestros sueños vitales, nuestra falta de vida o nuestras segundas vidas (Second Life)». Pero todos ellos (los blogs) «están corrompiendo y confundiendo la opinión pública sobre cualquier cosa, desde la política hasta el comercio, desde el arte hasta la cultura». ¿Wikipedia? «Cualquier ser de Educación Primaria puede publicar cualquier cosa sobre cualquier asunto, desde la corriente alterna hasta el zoroastrismo? No tiene reporteros, no tiene plantilla editorial, no tiene experiencia en recopilar información. Es el ciego que guía al ciego». ¿YouTube? «Nada tan vulgar y narcisista como estos monos videográficos. Es una galería infinita de vídeos aficionados que muestran a unos locos desgraciados bailando, cantando, comiendo, lavando, comprando, conduciendo, limpiando, durmiendo, o simplemente, sentados frente a sus ordenadores».
Lo peor de todo, dice Keen, es que millones de personas como nosotros se enchufan cada día a ese sinsentido que, sin que lo sepamos, nos están convirtiendo en monos. ¿Es esa la «inteligencia colectiva» de la que se enorgullece internet?
Keen insiste en decir que todo eso está minando el trabajo de los periodistas profesionales. En su libro comenta que en las webs que recogen información votada por los internautas (Digg, Reddit) siempre aparecen en primer lugar las mayores tonterías como las bobadas de una actriz, las costumbres de los elefantes.
Toda esta filosofía crítica se le reveló a Keen en una fecha mágica para los internautas. Fue en la reunión de doscientos utopistas en los alrededores de la aldea de Sebastopol, California, en 2004, adonde acudieron con sus sacos de dormir y sus ilusiones para compartir sus fascinantes experiencias digitales. Keen era uno de ellos porque a finales de los noventa había fundado una de las primeras webs 2.0 (interactivas) dedicadas a compartir música: Audiocafe.com.
De expertos a aficionados. Fueron dos días mezclado con la turba de jóvenes internautas que habían acudido a la llamada de Tim O?Reilly, el apóstol de la tecnología de la información. Eran en teoría los chicos antiestablishment. Se dieron cuenta de que estaba naciendo un nuevo fenómeno de masas por el cual los internautas ya no serían nunca más robots pasivos ante la información, sino que ellos la producirían gracias a las nuevas tecnologías. Era un paso evolutivo. «Todos nos íbamos a democratizar con la Web 2.0». Ese era el lema del festival pues internet iba a democratizar todo: los medios de comunicación, los negocios, el gobierno, y hasta los expertos se iban a convertir en aficionados, según expresó O?Reilly.
Pero Keen se empezó a sentir mal porque se dio cuenta de que internet no iba a democratizar las canciones de Bob Dylan ni los Conciertos de Brandenburgo. Iba a traer la cacofonía. Mientras más escuchaba las opiniones narcisistas, más se hundía en el silencio. La democratización de internet, pensó Keen, «iba a minar la verdad y el talento».
Convertido desde entonces en apóstata de internet, Keen no cesa de aparecer en tertulias radiofónicas o televisadas, en periódicos y en revistas. Los apóstoles de internet le siguen llamando loco, carca y retrógrado. «Mucha gente dice que yo soy un reaccionario. Yo sólo digo que no todos los cambios tecnológicos son buenos. Lo problemático de la revolución tecnológica de ahora es que está siendo articulada por gente joven, no quiero decir que todos los jóvenes sean incapaces, pero que hay que apropiar la voz a esta revolución para justificarla y no creo que la mayoría de los jóvenes cumplan ese cometido. Lo que me preocupa es que los jóvenes internautas tienen menos formación en los medios, son menos escépticos, menos críticos»
Publicado en ABCD el día 10-11-07

Un poema de José Hierro

VIDA



Después de todo, todo ha sido nada,
a pesar de que un día lo fue todo.
Después de nada, o después de todo
supe que todo no era más que nada.

Grito «¡Todo!», y el eco dice «¡Nada!».
Grito «¡Nada!», y el eco dice «¡Todo!».
Ahora sé que la nada lo era todo,
y todo era ceniza de la nada.

No queda nada de lo que fue nada.
(Era ilusión lo que creía todo
y que, en definitiva, era la nada.)

Qué más da que la nada fuera nada
si más nada será, después de todo,
después de tanto todo para nada.

miércoles, 7 de noviembre de 2007

EL ARTE DEL PUZZLE DE GEORGES PEREC

Al principio el arte del puzzle parece un arte breve, un arte de poca entidad, contenido todo él en una elemental enseñanza de la Gestalttheonie: el objeto considerado -ya se trate de un acto de percepción, un aprendizaje, un sistema fisiológico o, en el caso que nos ocupa, un puzzle de madera- no es una suma de elementos que haya que aislar y analizar primero, sino un conjunto, es decir una forma, una estructura: el elemento no preexiste al conjunto, no es ni más inmediato ni más antiguo, no son los elementos los que determinan el conjunto, sino el conjunto el que determina los elementos: el conocimiento del todo y de sus leyes, del conjunto y su estructura, no se puede deducir del conocimiento separado de las partes que lo componen: esto significa que podemos estar mirando una pieza de un puzzle tres días seguidos y creer que lo sabemos todo sobre su configuración y su color, sin haber progresado lo más mínimo: sólo cuenta la posibilidad de relacionar esta pieza con otras y, en este sentido, hay algo común entre el arte del puzzle y el arte del go: sólo las piezas que se hayan juntado cobrarán un carácter legible, cobrarán un sentido: considerada aisladamente, una pieza de un puzzle no quiere decir nada; es tan sólo pregunta imposible, reto opaco; pero no bien logramos, tras varios minutos de pruebas y errores, o en medio segundo prodigiosamente inspirado, conectarla con una de sus vecinas, desaparece, deja de existir como pieza: la intensa dificultad que precedió aquel acercamiento, y que la palabra puzzle -enigma- expresa tan bien en inglés, no sólo no tiene ya razón de ser, sino que parece no haberla tenido nunca, hasta tal punto se ha hecho evidencia: las dos piezas milagrosamente reunidas ya sólo son una, a su vez fuente de error, de duda, de desazón y de espera.
El papel del creador de puzzles es difícil de definir. En la mayoría de los casos -en el caso de todos los puzzles de cartón en particular- se fabrican los puzzles a máquina y sus perfiles no obedecen a ninguna necesidad: una prensa cortante adaptada a un dibujo inmutable corta las placas de cartón de manera siempre idéntica: el verdadero aficionado rechaza esos puzzles, no sólo porque son de cartón en vez de ser de madera, ni porque la tapa de la caja lleva reproducido un modelo, sino porque ese sistema de cortado suprime la especificidad misma del puzzle; contrariamente a una idea muy arraigada en la mente del público, importa poco que la imagen inicial se considere fácil (un cuadro de costumbres al estilo de Vermeer, por ejemplo, o una fotografía en color de un palacio austriaco) o difícil (un Jackson Pollock, un Pissarro o -paradoja mísera- un puzzle en blanco): no es el asunto del cuadro o la técnica del pintor lo que constituye la dificultad del puzzle, sino la sutileza del cortado, y un cortado aleatorio producirá necesariamente una dificultad aleatoria, que oscilará entre una facilidad extrema para los bordes, los detalles, las manchas de luz, los objetos bien delimitados, los rasgos, las transiciones, y una dificultad fastidiosa para lo restante: el cielo sin nubes, la arena, el prado, los sembrados, las zonas umbrosas, etcétera.
Las piezas de esos puzzles se dividen en unas cuantas grandes clases, siendo las más conocidas: los muñequitos

las cruces de Lorena

y las cruces

y una vez reconstruidos los bordes, colocados en su sitio los detalles -la mesa con su tapete rojo de flecos amarillos muy claros, casi blancos, que sostiene un atril con un libro abierto, el suntuoso marco del espejo, el laúd, el traje rojo de la mujer- y separadas las grandes masas de los fondos en grupos según su tonalidad gris, parda, blanca o azul celeste, la solución del puzzle consistirá simplemente en ir probando una tras otra todas las combinaciones posibles.
El arte del puzzle comienza con los puzzles de madera cortados a mano, cuando el que los fabrica intenta plantearse todos los interrogantes que habrá de resolver el jugador, cuando, en vez de dejar confundir todas las pistas al azar, pretende sustituirlo por la astucia, las trampas, la ilusión: premeditadamente todos los elementos que figuran en la imagen que hay que reconstruir -ese sillón de brocado de oro, ese tricornio adornado con una pluma negra algo ajada, esa librea amarilla toda recamada de plata- servirán de punto de partida para una información enganosa: el espacio organizado, coherente, estructurado, significante del cuadro quedará dividido no sólo en elementos inertes, amorfos, pobres en significado e información, sino también en elementos falsificados, portadores de informaciones erroneas; dos fragmentos de cornisa que encajan exactamente, cuando en realidad pertenecen a dos porciones muy alejadas del techo; la hebilla de un cinturón de uniforme que resulta ser in extremis una pieza de metal que sujeta un hachón; varias piezas cortadas de modo casi idéntico y que pertenecen unas a un naranjo enano colocado en la repisa de una chimenea, y las demás a su imagen apenas empañada en un espejo, son ejemplos clásicos de las trampas que encuentran los aficionados.
De todo ello se deduce lo que, sin duda, constituye la verdad última del puzzle: a pesar de las apariencias, no se trata de un juego solitario: cada gesto que hace el jugador de puzzle ha sido hecho antes por el creador del mismo; cada pieza que coge y vuelve a coger, que examina, que acaricia, cada combinación que prueba y vuelve a probar de nuevo, cada tanteo, cada intuición, cada esperanza, cada desilusión han sido decididos, calculados, estudiados por el otro.»



Preámbulo de “La vida instrucciones de uso” de Georges Perec

sábado, 27 de octubre de 2007

EL MISTERIO

No entiendo del todo este artículo que cuelgo hoy. Pero intuyo que es interesante.
------------------------
CIENCIAS Y LETRAS
Estaba de visita en casa de mis padres, a principios de este octubre. Habíamos tenido en Barcelona una tarde plácida, pero de improviso había ido oscureciendo y en pocos minutos se había desatado una tromba de agua acompañada de gran descarga eléctrica. Llevábamos ya un buen rato en plena tormenta cuando, tras uno de los más colosales truenos, mi padre murmuró que no lo entendía. ¿El qué? No sé cómo, pero me apropié de un lenguaje técnico y me puse a explicarle el origen de la formación de un trueno. No olvidaré fácilmente aquel momento, porque de pronto me pareció que mi lenguaje científico sonaba ridículo. Cuando hube terminado, mi padre sonrió y dijo que estaba perfectamente informado de la existencia de las nubes altocúmulos y demás, pero que no había querido exactamente hablar de eso. Siguió un silencio, como si nos hubiéramos adentrado en una tensa espera hasta que llegara el siguiente trueno. Estábamos los dos ahora de repente inmóviles, a la expectativa.
-Yo hablaba del misterio -dijo mi padre.
2
Sostiene Steiner que vivimos en días científicos y que el lenguaje de las matemáticas reclama cada día más su atención, tal vez porque vive en un medio de alta ciencia, en Cambridge: "Nombraré tres problemas que en este momento en Cambridge son temas de discusión: la creación artificial de la vida, los agujeros negros [que son los límites del universo] según la teoría de Hawking y Penrose, y Crack [que descubrió el ADN con Watson] que dice: el ego cartesiano, la conciencia, es una neuroquímica que muy pronto conoceremos. Comparadas con esto, las novelas más agudas y extraordinarias me parecen prehistóricas".
Tanto entusiasmo por la ciencia me obliga a sonreír malignamente y a pensar en mi amigo Paco Monge, con el que tantas veces hablé de los tropismos, esas vibraciones imperceptibles que modifican las relaciones entre los seres humanos, pero sin que nosotros lo notemos, porque se extravían antes de que podamos captarlas. Fue Nathalie Sarraute quien, con más implacable atención, se dedicó a los tropismos y supo darles expresión literaria al situar todas esas derivas en la frontera misma entre lo que vemos y la vida de nuestra mente. Sospechábamos mi amigo y yo que la zona donde andan perdidos los verdaderos nombres de las palabras es un bosque vecino del que habitan esos tropismos o viajeros del extravío. Y que éstos, a su vez, son familiares de aquel odradek que poseía una movilidad extraordinaria y nunca se dejaba atrapar: ese carrete de hilo plano que se extravió en la imaginación de Kafka y nunca llegó a ser. He dicho sospechábamos, porque todo eso ocurrió hace mucho tiempo, en los días en que éramos científicos de la literatura y teníamos un lenguaje privado. Un día, Paco Monge también se extravió, como si fuera un tropismo más. Se perdió y me llegó desde un país lejano una carta suya póstuma, con una pregunta final que recuerdo muy bien: "¿Por qué no pensar que, allá abajo, también hay otro bosque en el que los nombres no tienen cosas?".
Vuelvo a hacerme esa pregunta hoy tras mi sonrisa maligna al evocar la fe desmesurada de Steiner en la ciencia. Es una sonrisa cuya ironía procede de mi sospecha de que las matemáticas que los seres humanos hemos inventado (según algunas versiones) o descubierto (según otras) y de las que esperamos que sean una llave para acceder a la estructura del universo, muy bien podrían ser igualmente un lenguaje exclusivamente nuestro, un lenguaje privado con el que garabateamos en los muros de nuestra cueva o modesta universidad de la nada, al norte del bosque de los nombres sin cosas.
3
"El único misterio del universo es que exista un misterio del universo", leí, la semana pasada, en un muro blanco de la Universidad de Oviedo. De misterio único hablaba Fernando Pessoa en esa certera frase. La ciencia, sin embargo, se abstiene cuando aparece la cuestión de la gran Unidad -el Uno de Parménides-, de la cual todos formamos parte de algún modo, a la cual todos pertenecemos. Es uno de los reproches que le haría a la ciencia, a la que también le recriminaría ese despótico sofismo que afirma que no tiene sentido preguntar por el momento antes del bing bang. ¿Por qué no tiene sentido? ¿Quién decide que no lo tiene?Encuentro cosas que reprobarle a la ciencia, sobre todo desde que sé que debo acudir a Madrid a debatir acerca de las distintas formas de percibir la realidad por parte de científicos y escritores. Creo que allí, en la Fundación de Ciencias de la Salud, diré que en esa vieja dicotomía entre las letras y las ciencias siempre quise estar en los dos lados. Detesto aquellos días del pasado en los que era obligatorio elegir entre uno de los dos linajes del saber. Siempre quise ser fronterizo o estar en ambos lados, y recuerdo que me maravilló, hace unos años, la síntesis genial entre letras y ciencias que logró Salvador Dalí en su poético texto Los átomos encantados. Allí pude ver que no sólo hay cosas que se le escapan a la ciencia, sino que la ciencia puede llegar a ser muy poética, pero es incapaz de explicar mínimamente por qué el encanto de una antigua canción puede provocar que nos salten las lágrimas, por qué hay algo que es rojo y algo que es azul, porque un estampido sucede a un rayo, porque somos una luz entre dos eternidades. Es cierto que la ciencia trata de contestar a todo, pero sus respuestas son en ocasiones tan raras que hasta nos sentimos inclinados a no tomarlas en serio. Y por eso a veces, apoyados al sol en las garabateadas paredes de las universidades, nos reímos de los bárbaros avances de las ciencias y de la absurda suficiencia de algunos. Nos reímos, eso sí, con todos nuestros átomos más que encantados.
Vila-Matas
Publicado en El País 21-10-2007

jueves, 25 de octubre de 2007

ANTAGONISMO EN KANT

El hombre posee una propensión a entrar en sociedad, porque en tal estado se siente más como hombre, es decir, siente el desarrollo de sus disposiciones naturales. Pero también tiene una inclinación mayor a individualizarse (aislarse), pues encuentra igualmente en sí mismo la cualidad insociable, que le lleva sólo a desear su sentido y a esperar, por ello, resistencia por todas partes, del mismo modo que sabe que, por la suya, es propenso a la resistencia contra los demás. Mas esta resistencia es la que despierta todas las fuerzas del hombre y le lleva a superar su inclinación a la pereza y, movido por el ansia de honor, de poder o de bienes, a procurarse un rango entre sus congéneres, a los que no puede soportar, pero de los que tampoco puede prescindir. Así se dan los primeros pasos reales de la rudeza a la cultura, que consiste propiamente en el valor social del hombre; así se desarrollan paulatinamente todos los talentos, se forma el gusto y, mediante una continua ilustración, el comienzo se convierte en una fundación de la manera de pensar, que puede transformar, con el tiempo, la ruda disposición natural para la discriminación ética en principios prácticos determinados y, por fin, de este modo, una concordancia en sociedad, patológicamente provocada, en un todo moral Sin tales cualidades, apenas amables por cierto, de la insociabilidad, de la que surge la resistencia que cada uno debe encontrar necesariamente por sus egoístas presunciones, todos los talentos permanecerían para siempre ocultos en su semilla, en una arcádica vida de pastores, logrando perfectos acuerdos, satisfacción y versatilidad: los hombres, buenos como las ovejas que apacientan, apenas si otorgarían a su existencia un valor mayor del que posee su manso; ni llenarían el vacío de la creación, respecto a su fin, como naturalezas racionales. ¡Dense gracias a la naturaleza por la incompatibilidad, por la vanidad envidiosamente porfiadora, por el ansia insatisfactoria de poseer o de dominar! Sin esto, todas las excelentes disposiciones naturales de la humanidad dormirían eternamente impedidas. El hombre quiete concordia; pero la naturaleza sabe mejor lo que para su especie es bueno: ella quiere discordia. El quiere vivir tranquilo y divertido; pero la naturaleza quiere que deba salir de la indolencia y del inactivo contento, que se arroja al trabajo y las penalidades para encontrar, por contraste, el medio de zafarse con sagacidad de ellos. Los motivos naturales, las fuentes de la insociabilidad y de la resistencia en general, de donde brota tanto mal, pero que a su vez promueven nuevas tensiones de las fuerzas y por tanto, un mejor desarrollo de las disposiciones naturales, delatan el ordenamiento de un creador sabio, y en modo alguno la mano de un espíritu maligno, que lo distraiga en su ejecución señorial o arruine su envidiado proceder.

Sacado de "Idea de una historia universal con propósito cosmopolita" de KANT.

lunes, 22 de octubre de 2007

EL DECÁLOGO DEL ESCRITOR

Primero.
Cuando tengas algo que decir, dilo; cuando no, también. Escribe siempre.

Segundo.
No escribas nunca para tus contemporáneos, ni mucho menos, como hacen tantos, para tus antepasados. Hazlo para la posteridad, en la cual sin duda serás famoso, pues es bien sabido que la posteridad siempre hace justicia.

Tercero.
En ninguna circunstancia olvides el célebre dictum: "En literatura no hay nada escrito".

Cuarto.
Lo que puedas decir con cien palabras dilo con cien palabras; lo que con una, con una. No emplees nunca el término medio; así, jamás escribas nada con cincuenta palabras.

Quinto.
Aunque no lo parezca, escribir es un arte; ser escritor es ser un artista, como el artista del trapecio, o el luchador por antonomasia, que es el que lucha con el lenguaje; para esta lucha ejercítate de día y de noche.

Sexto.
Aprovecha todas las desventajas, como el insomnio, la prisión, o la pobreza; el primero hizo a Baudelaire, la segunda a Pellico y la tercera a todos tus amigos escritores; evita pues, dormir como Homero, la vida tranquila de un Byron, o ganar tanto como Bloy.

Séptimo.
No persigas el éxito. El éxito acabó con Cervantes, tan buen novelista hasta el Quijote. Aunque el éxito es siempre inevitable, procúrate un buen fracaso de vez en cuando para que tus amigos se entristezcan.

Octavo.
Fórmate un público inteligente, que se consigue más entre los ricos y los poderosos. De esta manera no te faltarán ni la comprensión ni el estímulo, que emana de estas dos únicas fuentes.

Noveno.
Cree en ti, pero no tanto; duda de ti, pero no tanto. Cuando sientas duda, cree; cuando creas, duda. En esto estriba la única verdadera sabiduría que puede acompañar a un escritor.

Décimo.
Trata de decir las cosas de manera que el lector sienta siempre que en el fondo es tanto o más inteligente que tú. De vez en cuando procura que efectivamente lo sea; pero para lograr eso tendrás que ser más inteligente que él.

Undécimo.
No olvides los sentimientos de los lectores. Por lo general es lo mejor que tienen; no como tú, que careces de ellos, pues de otro modo no intentarías meterte en este oficio.

Duodécimo.
Otra vez el lector. Entre mejor escribas más lectores tendrás; mientras les des obras cada vez más refinadas, un número cada vez mayor apetecerá tus creaciones; si escribes cosas para el montón nunca serás popular y nadie tratara de tocarte el saco en la calle, ni te señalara con el dedo en el supermercado.


El autor da la opción al escritor, de descartar dos de estos enunciados, y quedarse con los restantes diez.