El tipo de procesos que hemos estado analizando aquí ha sido incluido dentro de una teoría de la cognición humana por Leon Festinger bajo el nombre de teoría de la disonancia cognitiva. Dentro de las teorías es algo notablemente simple, pero -como veremos- el campo de su aplicación es enorme. Analizaremos, en primer lugar los aspectos formales de la teoría y luego pasaremos a sus ramificaciones. Básicamente, la disonancia cognitiva es un estado de tensión que se produce cuando un individuo mantiene simultáneamente dos cogniciones o certezas (ideas, actitudes creencias, opiniones) psicológicamente incompatibles. Dicho de otro modo, dos cogniciones son disonantes si, considerándolas aisladamente, la opuesta a una sigue a la otra.
Puesto que la producción de una disonancia cognitiva es desagradable, las gentes se ven impulsadas a reducirla; esto es, a grandes rasgos, análogo a los procesos implicados en la inducción y reducción de impulsos como el hambre o la sed, excepto que aquí la fuerza impulsora procede de la incomodidad cognitiva más que de necesidades fisiológicas. Mantener dos ideas que se contradicen es jugar con el absurdo, y según observó Albert Camus, -el filósofo existencialista- el hombre es una criatura que se afana toda la vida intentando convencerse de que su existencia no es absurda. ¿Cómo nos convencemos de que nuestras vidas no son absurdas? Es decir, ¿cómo reducirnos la disonancia cognitiva? Cambiando una o ambas de las cogniciones o certezas para hacerlas más compatibles (más consonantes) entre sí, o añadiendo nuevas condiciones que ayuden a tender un puente entre las originales. Citaré un ejemplo que es casi demasiado familiar para muchas personas. Supongamos que una persona que fuma habitualmente lee un informe de datos médicos relacionando el uso de cigarrillos con el cáncer de pulmón y otras enfermedades respiratorias. El fumador experimenta entonces una disonancia. Su certeza “fumo cigarrillos” es disonante con su certeza “fumar cigarrillos produce cáncer". Sin duda, el modo más eficaz de reducir la disonancia en una situación semejante es abandonar el tabaco. La certeza «fumar cigarrillos produce cáncer» es consonante con la certeza «yo no fumo». Pero para la mayor parte de las personas no es cosa fácil abandonar el tabaco. Imaginemos a Sally, una chica joven que intentó dejar de fumar pero fracasó. ¿Qué hará para reducir la disonancia? Con toda probabilidad intentar modificar la otra certeza: «fumar cigarrillos produce cáncer». Sally puede atenuar los datos que vinculan el tabaco con el cáncer. Por ejemplo, puede intentar convencerse de que las pruebas empírica no son concluyentes. Además, puede que busque personas inteligentes que fuman y, al hallarlas, convencerse de que si Debbie, Nicol y Larry fuman, no puede ser tan peligroso. O quizá se cambie a un marca con filtro y se engañe creyendo que el filtro elimina los materiales productores del cáncer. Por último, puede añadir convicciones que son consonantes con el tabaco en un intento de hacer que su conducta sea menos absurda a pesar de su peligrosidad. De ese modo puede incrementar el valor de fumar; es decir, puede llegar creer que fumar es una actividad importante y muy agradable, esencial para su serenidad: “Mi vida puede ser más corta, pero será más grata.” De modo similar, puede efectivamente hacer una virtud, de hecho de fumar tabaco desarrollando una imagen romántica y arriesgada de sí mismo, jugando con el peligro al fumar un cigarrillo Toda esta conducta reduce la disonancia al reducir lo absurdo de caminar voluntariamente en dirección al cáncer. Sally justifica su conducta minimizando cognitivamente el peligro o exagerando la importancia de la acción. En efecto, Sally ha conseguido construirse una actitud o cambiar una actitud existente.
Poco tiempo después de la gran publicidad que rodeó en 1964 al informe inicial del ministerio de sanidad, se realizó un estudio para analizar las reacciones de las personas ante la nueva evidencia de que fumar facilitaba la aparición del cáncer. Los no fumadores sobrestimaban el informe, sólo un diez por ciento de ellos afirmaban que no se había probado la relación entre el fumar y el cáncer; este tipo de encuestados no tenían motivos para desconfiar del informe. Los fumadores se enfrentaban a un dilema mayor. El fumar es un habito difícil de dejar; sólo un nueve por ciento de los fumadores han sido capaces de abandonarlo. Para justificar su permanencia en el hábito, los fumadores tendían a desacreditar el informe. Resultaban ser más proclives a negar la evidencia: un 40 por ciento de los grandes fumadores contestaban que no se había demostrado aquella relación. También tendían más a emplear racionalizaciones: El doble de fumadores con respecto a los no fumadores coincidían en decir que había muchos avatares en la vida y que había cancerosos tanto entre los fumadores como entre los no fumadores.
Los fumadores que sean claramente conscientes de los peligros para la salud asociados con fumar pueden además reducir su disonancia de otra forma: minimizando el grado de su hábito. En un estudio reciente se encontró que de entre 155 fumadores, que fumaban entre una y dos cajetillas por día, un 60 por ciento se consideraban fumadores moderados; el otro 40 por ciento consideraban que fumaban en exceso. ¿Cómo podemos explicar estas diferencias en la autopercepción? No hay que extrañarse: quienes se decían “moderados” eran más conscientes de los efectos patológicos a largo plazo derivados del fumar que quienes se consideraban intensos fumadores. Es decir, ese grupo particular de fumadores en apariencia reducía su disonancia convenciéndose de que en realidad no es fumar mucho consumir uno o dos paquetes diarios. «Moderado» y «excesivo» son, después de todo, términos subjetivos.
Imaginemos a una adolescente que no ha empezado todavía a fumar. Tras leer el informe del ministro de Sanidad, ¿lo creerá? Desde luego. Las pruebas son objetivamente razonables, la fuente es experta y fidedigna; no hay razón para dejar de creerlo. Y éste es el quid del asunto: antes indiqué que las personas quieren estar en lo cierto, y que los valores y creencias se interiorizan cuando parecen ser correctos. Este deseo de estar en lo cierto es lo que lleva a las personas a poner mucha atención en todo cuanto hacen los otros y a seguir los consejos de comunicantes expertos y fidedignos. Conducta que es extremadamente racional. Sin embargo, hay fuerzas que pueden actuar contra esta conducta racional. La teoría de la disonancia cognitiva no presenta a las personas como seres racionales, sino como racionalizadores. De acuerdo con las hipótesis subyacentes a la teoría, la motivación de los hombres no es tanto estar en lo cierto como creer que estamos en lo cierto (y que somos inteligentes, decentes y buenos). A veces, el impulso de una persona a estar en lo cierto y su impulso a creer que está en lo cierto funcionan en la misma dirección. Esto es lo que sucede con la jovencita que no fuma y que por lo tanto, no tiene dificultades en aceptar la conexión entre el tabaco y el cáncer de pulmón. Cosa que sería también cierta para un fumador que al conocer las pruebas del vínculo entre el cáncer de pulmón y el tabaco consigue dejar de fumar. Sin embargo, la necesidad de reducir la disonancia (la necesidad de convencerse a uno mismo de que está en lo cierto) lleva a veces a una conducta inadaptada y, por consiguiente, irracional. Por ejemplo, algunos psicólogos dedicados a ayudar a las personas para que abandonen el tabaco han señalado con frecuencia que quienes intentan dejarlo y fracasan llegan a desarrollar con el tiempo una actitud más débil hacía los peligros del tabaco que quienes no han hecho todavía un esfuerzo serio por abandonarlo. ¿Por qué ocurrirá ese cambio de disposición?; si una persona se compromete seriamente con una línea de acción, corno es la de abandonar el tabaco, y luego falla en mantener su compromiso, pone en peligro su propia valoración como individuo fuerte y con autodominio. Evidentemente, esa situación genera disonancia. Una forma de reducir tal disonancia y recuperar un saludable concepto de sí -ya que no unos pulmones saludables- es la de menospreciar el compromiso mediante la percepción del hecho de fumar como algo poco peligroso. Un estudio del proceso seguido por 135 estudiantes, que tomaron la resolución de dejar de fumar, apoya nuestra observación. (...)
Puesto que la producción de una disonancia cognitiva es desagradable, las gentes se ven impulsadas a reducirla; esto es, a grandes rasgos, análogo a los procesos implicados en la inducción y reducción de impulsos como el hambre o la sed, excepto que aquí la fuerza impulsora procede de la incomodidad cognitiva más que de necesidades fisiológicas. Mantener dos ideas que se contradicen es jugar con el absurdo, y según observó Albert Camus, -el filósofo existencialista- el hombre es una criatura que se afana toda la vida intentando convencerse de que su existencia no es absurda. ¿Cómo nos convencemos de que nuestras vidas no son absurdas? Es decir, ¿cómo reducirnos la disonancia cognitiva? Cambiando una o ambas de las cogniciones o certezas para hacerlas más compatibles (más consonantes) entre sí, o añadiendo nuevas condiciones que ayuden a tender un puente entre las originales. Citaré un ejemplo que es casi demasiado familiar para muchas personas. Supongamos que una persona que fuma habitualmente lee un informe de datos médicos relacionando el uso de cigarrillos con el cáncer de pulmón y otras enfermedades respiratorias. El fumador experimenta entonces una disonancia. Su certeza “fumo cigarrillos” es disonante con su certeza “fumar cigarrillos produce cáncer". Sin duda, el modo más eficaz de reducir la disonancia en una situación semejante es abandonar el tabaco. La certeza «fumar cigarrillos produce cáncer» es consonante con la certeza «yo no fumo». Pero para la mayor parte de las personas no es cosa fácil abandonar el tabaco. Imaginemos a Sally, una chica joven que intentó dejar de fumar pero fracasó. ¿Qué hará para reducir la disonancia? Con toda probabilidad intentar modificar la otra certeza: «fumar cigarrillos produce cáncer». Sally puede atenuar los datos que vinculan el tabaco con el cáncer. Por ejemplo, puede intentar convencerse de que las pruebas empírica no son concluyentes. Además, puede que busque personas inteligentes que fuman y, al hallarlas, convencerse de que si Debbie, Nicol y Larry fuman, no puede ser tan peligroso. O quizá se cambie a un marca con filtro y se engañe creyendo que el filtro elimina los materiales productores del cáncer. Por último, puede añadir convicciones que son consonantes con el tabaco en un intento de hacer que su conducta sea menos absurda a pesar de su peligrosidad. De ese modo puede incrementar el valor de fumar; es decir, puede llegar creer que fumar es una actividad importante y muy agradable, esencial para su serenidad: “Mi vida puede ser más corta, pero será más grata.” De modo similar, puede efectivamente hacer una virtud, de hecho de fumar tabaco desarrollando una imagen romántica y arriesgada de sí mismo, jugando con el peligro al fumar un cigarrillo Toda esta conducta reduce la disonancia al reducir lo absurdo de caminar voluntariamente en dirección al cáncer. Sally justifica su conducta minimizando cognitivamente el peligro o exagerando la importancia de la acción. En efecto, Sally ha conseguido construirse una actitud o cambiar una actitud existente.
Poco tiempo después de la gran publicidad que rodeó en 1964 al informe inicial del ministerio de sanidad, se realizó un estudio para analizar las reacciones de las personas ante la nueva evidencia de que fumar facilitaba la aparición del cáncer. Los no fumadores sobrestimaban el informe, sólo un diez por ciento de ellos afirmaban que no se había probado la relación entre el fumar y el cáncer; este tipo de encuestados no tenían motivos para desconfiar del informe. Los fumadores se enfrentaban a un dilema mayor. El fumar es un habito difícil de dejar; sólo un nueve por ciento de los fumadores han sido capaces de abandonarlo. Para justificar su permanencia en el hábito, los fumadores tendían a desacreditar el informe. Resultaban ser más proclives a negar la evidencia: un 40 por ciento de los grandes fumadores contestaban que no se había demostrado aquella relación. También tendían más a emplear racionalizaciones: El doble de fumadores con respecto a los no fumadores coincidían en decir que había muchos avatares en la vida y que había cancerosos tanto entre los fumadores como entre los no fumadores.
Los fumadores que sean claramente conscientes de los peligros para la salud asociados con fumar pueden además reducir su disonancia de otra forma: minimizando el grado de su hábito. En un estudio reciente se encontró que de entre 155 fumadores, que fumaban entre una y dos cajetillas por día, un 60 por ciento se consideraban fumadores moderados; el otro 40 por ciento consideraban que fumaban en exceso. ¿Cómo podemos explicar estas diferencias en la autopercepción? No hay que extrañarse: quienes se decían “moderados” eran más conscientes de los efectos patológicos a largo plazo derivados del fumar que quienes se consideraban intensos fumadores. Es decir, ese grupo particular de fumadores en apariencia reducía su disonancia convenciéndose de que en realidad no es fumar mucho consumir uno o dos paquetes diarios. «Moderado» y «excesivo» son, después de todo, términos subjetivos.
Imaginemos a una adolescente que no ha empezado todavía a fumar. Tras leer el informe del ministro de Sanidad, ¿lo creerá? Desde luego. Las pruebas son objetivamente razonables, la fuente es experta y fidedigna; no hay razón para dejar de creerlo. Y éste es el quid del asunto: antes indiqué que las personas quieren estar en lo cierto, y que los valores y creencias se interiorizan cuando parecen ser correctos. Este deseo de estar en lo cierto es lo que lleva a las personas a poner mucha atención en todo cuanto hacen los otros y a seguir los consejos de comunicantes expertos y fidedignos. Conducta que es extremadamente racional. Sin embargo, hay fuerzas que pueden actuar contra esta conducta racional. La teoría de la disonancia cognitiva no presenta a las personas como seres racionales, sino como racionalizadores. De acuerdo con las hipótesis subyacentes a la teoría, la motivación de los hombres no es tanto estar en lo cierto como creer que estamos en lo cierto (y que somos inteligentes, decentes y buenos). A veces, el impulso de una persona a estar en lo cierto y su impulso a creer que está en lo cierto funcionan en la misma dirección. Esto es lo que sucede con la jovencita que no fuma y que por lo tanto, no tiene dificultades en aceptar la conexión entre el tabaco y el cáncer de pulmón. Cosa que sería también cierta para un fumador que al conocer las pruebas del vínculo entre el cáncer de pulmón y el tabaco consigue dejar de fumar. Sin embargo, la necesidad de reducir la disonancia (la necesidad de convencerse a uno mismo de que está en lo cierto) lleva a veces a una conducta inadaptada y, por consiguiente, irracional. Por ejemplo, algunos psicólogos dedicados a ayudar a las personas para que abandonen el tabaco han señalado con frecuencia que quienes intentan dejarlo y fracasan llegan a desarrollar con el tiempo una actitud más débil hacía los peligros del tabaco que quienes no han hecho todavía un esfuerzo serio por abandonarlo. ¿Por qué ocurrirá ese cambio de disposición?; si una persona se compromete seriamente con una línea de acción, corno es la de abandonar el tabaco, y luego falla en mantener su compromiso, pone en peligro su propia valoración como individuo fuerte y con autodominio. Evidentemente, esa situación genera disonancia. Una forma de reducir tal disonancia y recuperar un saludable concepto de sí -ya que no unos pulmones saludables- es la de menospreciar el compromiso mediante la percepción del hecho de fumar como algo poco peligroso. Un estudio del proceso seguido por 135 estudiantes, que tomaron la resolución de dejar de fumar, apoya nuestra observación. (...)
Existen en este texto algunas notas al pie que han sido eliminadas.
Fragmento del capítulo "Autojustificación" del libro "El animal social" de Aronson.