martes, 4 de diciembre de 2007

IZQUIERDA Y DERECHA EN JULIÁN MARÍAS

Más inmediata gravedad tiene el rebrote de la dicotomía “derecha e izquierda”, que parecía en camino de superación. El motor principal es la pereza, la resistencia al esfuerzo que reclama el inventar algo más interesante y discreto. Muchos sienten prisa por recostarse sobre lo ya viejo y ensayado –y fracasado-, y los demás quieren a todo trance “reducir” a lo ya visto todo lo que significa alguna originalidad. Me he preguntado en otras ocasiones a qué se debe la larga vigencia de estas nociones, tan externas y azarosas, tan mecánicas, y por otra parte en qué consisten profundamente esas actitudes. La justificación histórica de la “derecha”, su lado positivo, es su sentido conservador, es decir, la creencia de que lo que existe, existe por algo, y por lo menos ha mostrado condiciones de viabilidad; el no estar dispuesto a lanzarlo todo por la borda, con cualquier motivo; y hacer las reformas partiendo de un torso que no se pone en cuestión. Pero el otro lado es claramente negativo. Lo vi con nitidez al considerar la figura del Comendador, en el Tenorio de Zorrilla, que sin duda pensó en su padre, magistrado absolutista a quien respetó y quiso mucho, pero a quien temió considerablemente y con el que no se entendió nunca. Era un hombre no exento de virtudes, pero de feroz insolidaridad. Cuando Don Juan le pide al Comendador que lo perdone y lo acepte como esposo de Doña Inés, Don Gonzalo no escucha, no cree en el arrepentimiento; y cuando Don Juan le advierte que va a perder hasta la esperanza de su salvación, le contesta con los dos versos más feroces, implacables y pétreos que se han escrito en nuestra lengua:

¿Y qué tengo yo, Don Juan, con tu salvación que ver?

¿Qué tengo yo que ver con tu hambre, con tus inquietudes, con tus dudas, con tus afanes, con tus diferencias?
En cuanto a la «izquierda», es el reverso de la medalla; su motor positivo es la pretensión de «solidaridad»; el hombre de izquierda siente que todo «va con él», que tiene que arreglarlo y remediarlo, principalmente si se refiere a los oprimidos o desposeídos; es un impulso de generosidad, de intervención, de proselitismo. El lado negativo es el frecuente utopismo, la predilección por el lejano -cuanto más remoto y desconocido, mejor- más que por el próximo, es decir, el prójimo; el deseo de «irritar», la irresponsabilidad, la afición al cambio por sí mismo, sin estar seguro de que sea para mejor, la propensión a destruir la casa para edificarla de nuevo según principios abstractos.

Ambos esquemas parecían hace ya mucho tiempo anticuados, extemporáneos, incapaces de suscitar esperanza. Pero no se debe desconocer la pereza imaginativa del hombre, la resistencia a pensar, la propensión a «volver». Y hay además los intereses acumulados que están en juego, lo que podríamos llamar las considerables inversiones hechas bajo los dos rótulos «izquierda» y «derecha», que no se quieren perder. En esto consiste la principal amenaza que el espíritu innovador encuentra, en constante riesgo de recaída.

p. 389 de “España Inteligible”. Julián Marías.