En España, desde que comenzó la democracia con la Constitución de 1978, las Cortes Generales han estado dominadas por dos grandes partidos. Uno, que podríamos llamar, simplificando en exceso, conservador o de derechas, y otro, progresista o de izquierdas.
Entender esta denominación quizá te dé una clave para comprender un poco más lo que ocurre en la política actual.
Los partidos conservadores suelen fijarse en los logros que la sociedad ha conseguido a lo largo de la historia. Valoran lo que de bueno tiene el presente orden social. Les parece una conquista difícil y dudan de que por el mero hecho de disfrutarlo hoy esté garantizado que seguiremos disfrutándolo el día de mañana. Su preocupación principal es conservar lo bueno que las anteriores generaciones nos han legado. Por eso se llaman "conservadores". Ponen la vista en lo conseguido, y como no lo dan por supuesto, su afán principal es que no se pierda, que no se destruya.
Los partidos progresistas da la impresión que hacen lo contrario. No valoran demasiado lo bueno que tiene esta sociedad. Les parece injusta, incompleta. Se fijan en lo que le falta para ser una sociedad perfecta, en lo que no les gusta como está y debería ser cambiado. No creen que la sociedad pueda retroceder a mayores niveles de injusticia. Los partidos progresistas quieren el cambio, pensando que siempre será a mejor.
¿Te das cuenta lo diferentes que son sus respectivas miradas? Unos ven los aspectos positivos y luchan por conservarlos. Los otros perciben lo malo y se esfuerzan por acabar con ello.
El temor del conservador es perder lo conseguido y empeorar. El temor del progresista es quedarse anclado en esta sociedad imperfecta y no mejorar.
No es que unos sean buenos y otros sean malos. Es que cada uno mira el mundo desde un deseo diferente. Por esa razón suelen caer en dos errores bien distintos.
Los progresistas les reprochan a sus contrincantes ser productores y cómplices de un orden social injusto. Según aquellos, los conservadores defienden las injusticias existentes porque de esa manera mantienen sus privilegios de siempre. Hay que reconocer que algunas veces, incluso muchas, estas críticas son acertadas.
¿Qué le reprocha la derecha a los partidos de izquierdas? Que con la excusa de hacer un mundo mejor, lo que quieren es obtener beneficios para sí mismos. “Quítate tú que me pongo yo”. Y que con el cacareado deseo de mejorar las cosas, en no escasas ocasiones acaban llevándonos a situaciones peores. Como te acabo de señalar, hay que reconocer que en numerosas ocasiones estas críticas son correctas.
Ortega, un célebre filósofo español, decía el siglo pasado: "Es triste observar a lo largo de la historia la incapacidad de las sociedades humanas para reformarse. Triunfa en ellas o la terquedad conservadora o la irresponsabilidad y ligereza revolucionarias. Muy pocas veces se impone el sentido de la reforma a punto, que corrige la tradición sin desarticularla, poniendo al día los instrumentos y las instituciones".
Eso es lo que habría que hacer: las reformas justas.
Sin caer en un inmovilismo que perpetúe lo malo o en un cambio alocado y "visionario" que pueda destruir lo bueno.
Ortega da en el clavo: Corregir la tradición sin desarticularla.
Entender esta denominación quizá te dé una clave para comprender un poco más lo que ocurre en la política actual.
Los partidos conservadores suelen fijarse en los logros que la sociedad ha conseguido a lo largo de la historia. Valoran lo que de bueno tiene el presente orden social. Les parece una conquista difícil y dudan de que por el mero hecho de disfrutarlo hoy esté garantizado que seguiremos disfrutándolo el día de mañana. Su preocupación principal es conservar lo bueno que las anteriores generaciones nos han legado. Por eso se llaman "conservadores". Ponen la vista en lo conseguido, y como no lo dan por supuesto, su afán principal es que no se pierda, que no se destruya.
Los partidos progresistas da la impresión que hacen lo contrario. No valoran demasiado lo bueno que tiene esta sociedad. Les parece injusta, incompleta. Se fijan en lo que le falta para ser una sociedad perfecta, en lo que no les gusta como está y debería ser cambiado. No creen que la sociedad pueda retroceder a mayores niveles de injusticia. Los partidos progresistas quieren el cambio, pensando que siempre será a mejor.
¿Te das cuenta lo diferentes que son sus respectivas miradas? Unos ven los aspectos positivos y luchan por conservarlos. Los otros perciben lo malo y se esfuerzan por acabar con ello.
El temor del conservador es perder lo conseguido y empeorar. El temor del progresista es quedarse anclado en esta sociedad imperfecta y no mejorar.
No es que unos sean buenos y otros sean malos. Es que cada uno mira el mundo desde un deseo diferente. Por esa razón suelen caer en dos errores bien distintos.
Los progresistas les reprochan a sus contrincantes ser productores y cómplices de un orden social injusto. Según aquellos, los conservadores defienden las injusticias existentes porque de esa manera mantienen sus privilegios de siempre. Hay que reconocer que algunas veces, incluso muchas, estas críticas son acertadas.
¿Qué le reprocha la derecha a los partidos de izquierdas? Que con la excusa de hacer un mundo mejor, lo que quieren es obtener beneficios para sí mismos. “Quítate tú que me pongo yo”. Y que con el cacareado deseo de mejorar las cosas, en no escasas ocasiones acaban llevándonos a situaciones peores. Como te acabo de señalar, hay que reconocer que en numerosas ocasiones estas críticas son correctas.
Ortega, un célebre filósofo español, decía el siglo pasado: "Es triste observar a lo largo de la historia la incapacidad de las sociedades humanas para reformarse. Triunfa en ellas o la terquedad conservadora o la irresponsabilidad y ligereza revolucionarias. Muy pocas veces se impone el sentido de la reforma a punto, que corrige la tradición sin desarticularla, poniendo al día los instrumentos y las instituciones".
Eso es lo que habría que hacer: las reformas justas.
Sin caer en un inmovilismo que perpetúe lo malo o en un cambio alocado y "visionario" que pueda destruir lo bueno.
Ortega da en el clavo: Corregir la tradición sin desarticularla.
Sacado de "Ética para jóvenes" de Marcos Román.