domingo, 30 de septiembre de 2007

La ruptura anunciada de España


HACE tres años que el Gobierno de España ironiza y bromea con la ruptura de España y con todos aquellos que hemos advertido de su llegada, políticos del PP, medios de comunicación, movimientos cívicos e intelectuales. Ayer, el Consejo de Ministros probablemente se reía de la última de esas gracias en el momento en que fue informado de que se acababa de conocer una historia real de asombroso parecido con el objeto de sus chanzas. El lehendakari Ibarretxe había anunciado las fechas de su ruptura con España, 25 de octubre de 2008, primera parte, segundo semestre de 2010, segunda parte. No, no es un chiste, Sra. Vicepresidenta, insistió el informante, ha ocurrido hace unos minutos en el Parlamento vasco.
El 25 de octubre de 2008, independientemente de lo que digan el Parlamento y el Gobierno de la nación y al margen de las leyes y de la Constitución, Ibarretxe realizará una consulta en la que romperá la soberanía depositada en el pueblo español y convertirá de facto a los habitantes del País Vasco en los dueños exclusivos de esa soberanía. El lehendakari declarará unilateralmente el derecho a decidir de los vascos y el acto de ruptura con el Estado habrá quedado consumado, al margen de los mecanismos que puedan habilitarse para contrarrestarlo.

Cómo hemos llegado a esto y qué hacer, son las dos preguntas fundamentales. Sobre la primera, hemos llegado a esto mientras el Gobierno de la nación se reía. Bajo la gravísima responsabilidad de un presidente que ha minusvalorado, ha despreciado, incluso ha ridiculizado todas las llamadas de alerta de la oposición sobre los avances de la radicalización de los nacionalismos, sobre su creciente poder, sobre la degradación de la vida política en Cataluña y el País Vasco, sobre el desamparo de los ciudadanos en ambas comunidades. Sobre los signos peligrosos de un proceso de ruptura de España desde ETA y los nacionalismos vasco y catalán.
Hemos llegado a esto mientras el Gobierno de la nación ironizaba sobre el supuesto alarmismo de la oposición. Y aún peor, mientras negociaba con ETA sobre la unidad de España. En realidad, las ironías de la izquierda sobre la ruptura de España constituyen tan sólo el barniz superficial del proceso que nos ha llevado a la consulta de 2008. En el fondo está la negociación con ETA. Compárense la argumentación del discurso de ayer de Ibarretxe para justificar su plan de ruptura y lo que considera primeros pasos hasta el pleno del Parlamento vasco de junio de 2008, con los acuerdos iniciales alcanzados por el Gobierno y ETA. El contenido es el mismo: reconocimiento de la existencia de un conflicto, compromiso de negociación entre los partidos políticos vascos para alcanzar un pacto sobre un nuevo modelo político y respeto a lo que decidan los vascos. Lo actores también son los mismos: los partidos vascos y ETA.
El Gobierno no ha permanecido impasible ante el proceso de ruptura liderado por los nacionalistas. Es peor. Lo ha legitimado y lo ha alentado. Los fundamentos de este nuevo plan Ibarretxe están en los acuerdos alcanzados por el Gobierno con ETA. Ni siquiera es preciso acudir al documento guardado sobre ese acuerdo en la caja fuerte de un banco que Zapatero se niega a mostrar a la oposición y a los españoles. Los contenidos fueron desgranados por numerosos discursos del propio presidente y de algunos ministros.
Le negociación con ETA y con los nacionalismos para cambiar el modelo político vasco fue la apuesta del PSOE para apaciguar el conflicto nacionalista. Fue su alternativa a la política del PP de cierre del Estado de las autonomías, fortalecimiento de la nación española y firmeza constitucional y nacional frente a las nuevas demandas nacionalistas y a su radicalización.

La radicalización nacionalista, no debemos olvidarlo, ya existía. El Pacto de Lizarra, de los nacionalistas, IU y ETA es del 12 de septiembre de 1998. Ni el PSOE ni este Gobierno han creado esa radicalización. Su grave responsabilidad es que la han alimentado, han pactado con sus responsables y han errado gravemente en la estrategia política para hacerle frente.
En 1998 y hasta 2004 teníamos una estrategia de Estado y una movilización de la nación asumida por ese Estado para responder a la radicalización nacionalista. Hasta 2001 tuvimos, además, un pacto constitucionalista entre el PP y el PSOE en el País Vasco para desarrollar una alternativa nacional y española al nacionalismo vasco desde dentro del País Vasco y con los ciudadanos vascos. Fue la estrategia alentada, promovida y defendida por el PP y por un importante sector del PSOE. Zapatero destruyó esa estrategia. Y en marzo de 2004, cuando estuvo en su mano hacerlo, impuso su estrategia alternativa. El resultado no es un chiste. En el caso del nacionalismo vasco, la ruptura con España tiene fechas concretas. En el nacionalismo catalán, tiene propuestas tentativas de posibles fechas.
Sobre la segunda pregunta, qué hacer, sólo cabe un camino, el de la recuperación de la estrategia que fue destruida por Zapatero para pactar con el nacionalismo radical y ETA. Una acción firme y decidida del Estado contra la sublevación institucional de las autoridades autonómicas vascas. Y una movilización de los ciudadanos españoles contra los intentos de usurpación de su soberanía y contra el desamparo de los ciudadanos vascos atrapados en la sublevación de su lehendakari.
Y esa estrategia sólo es posible con otros líderes al frente del Gobierno, con un cambio en las próximas elecciones generales de 2008 y con un PP que tenga la mayoría suficiente para liderar al Estado contra la secesión vasca. Zapatero está inhabilitado para asumir ese liderazgo y hacer frente al acto de ruptura de Ibarretxe. Su respuesta, ayer, la respuesta del Gobierno de España, al gravísimo anuncio de ataque a la soberanía nacional, fue que hablará con el promotor del ataque. El presidente dialogará sobre la ruptura de España. Ha sido su política y es la única que será capaz de articular de aquí a las elecciones generales y, si gana, de ellas hasta el 25 de octubre. Intentará convencer a los nacionalistas e IU para que no convoquen la consulta. O renegociará sus términos, con ellos y de nuevo con ETA, para suavizar su contenido.

Desde el inicio de la construcción de nuestro modelo autonómico, nuestro problema con la radicalización nacionalista no ha estado en sus propios promotores. No cabía esperar otra cosa de ellos. Nuestro problema ha estado en la respuesta a esa radicalización por parte de los grandes partidos españoles, de los intelectuales y del conjunto de las élites. En la debilidad, en las dudas, en los titubeos, en el lamentable complejo sobre la nación española, en la incapacidad para reivindicar una nación y un Estado fuertes frente a las arremetidas nacionalistas.
Ahora y en el futuro, nuestro problema es el mismo. La capacidad para hacer un Estado y una nación fuertes dentro de los cuales los españoles podamos sentirnos tranquilos y seguros frente a la sublevación de las minorías radicales. El futuro del programa de secesión de los nacionalistas vascos no depende de ellos. Depende de si los líderes que le hagan frente creen en la unidad de España o hacen chistes con ella.

EDURNE URIARTE
Catedrática de Ciencia Política. Universidad Rey Juan Carlos
Publicado en ABC 29-9-07

sábado, 15 de septiembre de 2007

TEORIA DE LOS HIJOS

Por Andrés Ibañez

¿Qué nos hace personas? Somos como el agua, que cuando se detiene se pudre. Sólo el movimiento nos mantiene vivos. Detenerse en un pensamiento, en un credo, en una explicación, en una «técnica», terminará por estancarnos.

Nos olvidamos de ser personas. Nos olvidamos continuamente y proyectamos nuestro olvido en otros. Pero también podemos recordar y proyectar nuestro recuerdo en otros. Pero recordar, ¿cómo se hace?

Cuando tenemos hijos, nuestra misión es intentar traerles al recuerdo, ayudarles a recordar. Sin embargo, ¿cómo podemos hacer tal cosa, si nosotros también hemos olvidado? Nuestros hijos nos ayudan a recordar, y nosotros tenemos que devolverles ese recuerdo, hecho experiencia vivida en nosotros, en forma de enseñanza.

Enseñar quiere decir hacer partícipe a otro del sabor de una experiencia. Sin embargo, los hijos también nos hacen olvidar. Siempre sucede así. Ellos vienen del mundo prelógico y animal, y con su energía desmesurada nos arrastran a la barbarie, nos convierten de nuevo en primitivos. Los hijos pueden destruirnos con su olvido, del mismo modo que nosotros podemos destruirlos a ellos con el nuestro.

Díficil prueba. Nos olvidamos de la importancia de nuestra vida. Nos olvidamos de que tenemos poco tiempo, y de que esto es sólo una vez. Es verdad que nos sentimos importantes, el centro del universo, y que sufrimos porque nunca nos toman en consideración ni nos estiman tanto como merecemos, pero no hablo de ese sentimiento enfermizo que nos estanca y nos mata. Recordar la importancia de estar vivo es, precisamente, el sentimiento opuesto al de sentirse importante.

Cuando tenemos hijos, nos sometemos a una de las pruebas más difíciles. En cierto modo, tener hijos es una segunda oportunidad, porque a través de ellos podemos ver nuestro propio proceso de humanización. Algunas veces creemos que nuestros hijos somos nosotros otra vez y, de este modo, queremos obligarles a revivir nuestra vida, pero esta vez «de la manera correcta». Pero ellos no son nosotros. Esa es la generosidad de los padres: que están ayudando a otros.

En la Edad Media se pensaba que los niños eran malvados. No existía el concepto de «infancia». Los niños eran pequeños adultos cuyo placer era practicar el mal, y a los que había que castigar en consonancia. Este sentimiento permanece en muchas interpretaciones modernas. Freud, por ejemplo, caracteriza al niño como «perverso polimorfo». El tema de la maldad de los niños reaparece una y otra vez: en Jean Cocteau, en Yukio Mishima, en William Golding. La película El exorcista (no pretendo hacer una broma) no es sino una reflexión sobre la infancia: una niña que grita, hace muecas horribles, dice palabrotas, se sube por las paredes, no deja dormir a nadie, vomita sin parar. Pero así son todos los niños. Es posible que actúen así porque tienen un diablo dentro. Pero ese diablo se llama «vida».

El señor de las moscas. Ese diablo se llama «olvido». ¿Acaso no es la misión del diablo distraernos y hacernos olvidar? El diablo es el señor de las moscas porque las moscas nos distraen y nos molestan. Los niños nos distraen, nos hacen perder tiempo, nos impiden concentrarnos, no nos dejan dormir, no nos dejan leer. Son pequeños diablos. Sus espíritus los poseen por completo. Sí, tenemos que exorcizarlos de algún modo, ayudarles a encontrar las potencias superiores que les permitirán controlar su vida salvaje.

Pero ¿cómo encontrar la mesura, la sensación real de lo que debemos hacer? ¿Cómo recordar la magnitud de la entrega y del amor que se nos exige, y lograr que esa entrega no nos convierta en esclavos y en sufrientes? El sentido de todo sacrificio no es la sangre que debemos verter, sino la imagen que tenemos que recordar. Cuando el sacrificio produce dolor (y el aburrimiento no es sino una forma del dolor), se trata de una ceremonia vacía, de agua estancada. El sacrificio no es sino una invocación al recuerdo vivida a través de una metáfora. Si los hijos nos exigen tanto es porque nosotros hemos olvidado tanto.

Los hijos nos llaman siempre a una realidad más profunda. Nosotros nos libramos de ellos con actividades extraescolares, con distracciones electrónicas o por cualquier otro modo. En realidad, lo único que ellos necesitan de nosotros es que seamos verdaderamente personas.

Publicado en ABCD. Las artes y las letras. 15-09-07

domingo, 9 de septiembre de 2007

LA OFERTA DE VIVIENDAS DE CHAVES

Las capas de la cebolla

POR ÁLVARO DELGADO-GAL

Los hechos, como las cebollas, se componen de capas superpuestas, que el analista debe ir levantando hasta que llega a un centro o núcleo original. Por ello mismo, todo análisis es a la vez un viaje de fuera adentro: se empieza por la capa somera, y se termina en la yema, que es también la parte más sabrosa de la cebolla, o en este caso, del hecho. El comentario viene a cuento del grandioso proyecto inmobiliario que Chaves acaba de anunciar desde la cúspide de la Junta de Andalucía. Por su cara externa, la noticia presenta una apariencia esencialmente cómica. Resulta evidente que se trata de un guiño al elector, falaz por más señas. No se dispone de tiempo para tramitar la ley antes de las legislativas y, por tanto, lo más probable es que el asunto se quede en agua de borrajas, como lo hicieron las promesas, igualmente chavistas, de asegurar una habitación individual a cada enfermo o un sueldo a las amas de casa. Aparte de esto, las propias dimensiones del proyecto alimentan la incredulidad. La dádiva alcanzará, en teoría, a todo andaluz cuyos ingresos se hallen por debajo de los tres mil euros mensuales. En Liechtenstein, los interesados habrían constituido una minoría. En Andalucía, representan al noventa por ciento de la población. Lincoln afirmó, famosamente, que puedes engañar por algún tiempo a todo el mundo, y puedes engañar a algunos todo el tiempo, pero no puedes engañar a todo el mundo todo el tiempo. Cabe trasladar la reflexión a la economía: es posible hacer pequeños regalos a un gran número de personas, y grandes regalos a un número pequeños de personas, pero no grandes regalos a un número grande de personas. Lo de Chaves es una broma, proferida en una región poco exigente con sus políticos.
Broma sin gracia
La broma pierde gracia apenas se pasa a la capa siguiente. Chaves se ha limitado a añadir una nota pintoresca a una ofensiva que los optimistas hermosean con el título de «giro social». Éste lleva la rúbrica afiligranada del presidente del Gobierno. La ocurrencia del cheque/bebé, formulada en el Congreso de Diputados sin el conocimiento previo del ministro de Economía, se incrusta en un entramado prolijo de promesas cuya suma importa muchos millones de euros, los suficientes para liquidar los superávits contemplados por los expertos antes de que se insinuara la crisis. Lo que esto significa, es que vamos a aprovechar los meses inmediatos para hacer lo contrario de lo que debería hacerse. La situación es escandalosa, y anuncia tensiones muy serias entre Solbes y Zapatero.
Hemos asistido ya al primer acto del pulso entre ambos: el ministro lanza avisos y anticipa cautelas, mientras su presidente «garantiza» que no habrá crisis ni Cristo que valga y convoca a Botín para conferir solemnidad a su caución. El desenlace no improbable de este pugilato podría ser el abandono de la vida pública por Solbes tras las elecciones y el inicio, si Zapatero gana, de un Carnaval económico justo cuando toca Cuaresma rigurosa.
¿Qué viene luego? Pues Carmen Chacón, la ministra que han puesto en lugar de María Antonia Trujillo para cuadrar el círculo de la vivienda. Chacón ha aplaudido la iniciativa de Chaves y ha invitado a otras comunidades a imitar su ejemplo. Es fácil explayar la naturaleza disparatada de esta propuesta. Chaves no podría financiar su idea salvadora sin las rentas que genera Cataluña y, sobre todo, Madrid. ¿Con qué dinero se financiaría la oferta masiva de vivienda pública en estas comunidades, una vez privadas ambas de sus excedentes? ¿Y qué pasaría en el resto de las autonomías? Nos enfrentamos al sudoku denunciado por Solbes, sólo que a lo bestia. No es concebible que Chacón no advierta que se está quedando con el personal, ni lo es que se haya atrevido a hacerlo sin las bendiciones de Moncloa. La conclusión es clara: las primeras providencias del Gobierno, tras haber acelerado el desarreglo del territorio, es emitir especies que contribuirán a desarreglarlo todavía más. Que siga la fiesta, y mañana Dios dirá.
El corazón de la cebolla está hueco, y en su interior resuenan, fúnebremente, los ecos de un «Memento mori». Jefferson observó, en «La declaración de independencia», que todos los hombres tienen derecho a perseguir la felicidad. Lo que se desprende de aquí, es que los gobiernos están en la obligación de remover algunos de los obstáculos que impiden conseguirla, no que sea de su competencia asegurar materialmente mi felicidad o la suya. El desarrollo venturoso del Estado de Bienestar, y la menos venturosa demagogia concomitante, han velado esta saludable reserva. La Constitución Española asevera, tontamente, que todos los españoles tienen derecho a una vivienda digna. Chaves huele voto, ve brecha, e invoca la autoridad de la Carta Magna para disponer de recursos ajenos en beneficio de los intereses propios y de su partido. Esto, además de ser una estafa, revela una pasmosa ignorancia de los límites a que deben estar sujetos los poderes públicos. El socialismo se merece otra cosa. Arriba y debajo de Despeñaperros.


Publicado en ABC 9-9-07