domingo, 16 de octubre de 2011

PINKER ESCRIBE SOBRE EL LIBRE ALBEDRÍO.

P. 80-83 de "Como funciona la mente" de Steven Pinker. (este artículo está mecanografíado del libro, espero que no tenga ningún error)



A medida que la ciencia avanza y las explicaciones del comportamiento son cada vez menos quiméricas, el Scepter of Creeping Exculpation (Centro de de la Exculpación Progresiva), como Dennet la denomina, será de gran importancia. En ausencia de una filosofía moral más clara, cualquier causa de comportamiento puede ser tomada para socavar la libre voluntad y, por ello, la responsabilidad moral. De la ciencia se asegura que erosiona a voluntad todo cuanto encuentra, sin miramientos, porque el modo científico de explicación no puede acomodar la misteriosa noción de una causación incausada que subyace a la voluntad. Si los científicos quisieran demostrar que las personas tienen voluntad, ¿qué buscarían? ¿Algún suceso neural aleatorio que el resto del cerebro amplifica como una señal que lleva a desencadenar el comportamiento? Pero un suceso aleatorio como el supuesto no se ajusta al concepto de libre voluntad más de lo que se ajustaría uno que fuera perfectamente acotable por leyes, y no podría servir para cumplir las funciones que debería satisfacer el tan largamente buscado locus de la responsabilidad moral. No declararíamos a alguien culpable si su dedo apretara el gatillo porque estaba unido mecánicamente a la rueda de una ruleta que había empezado a girar, ¿por qué debería ser distinto en el caso de que la ruleta se hallara en el interior del cráneo? El mismo problema se plantea en otra impredecible causa que ha sido sugerida como fuente originaria de la libre voluntad, la teoría del caos, en la cual, según su versión más estereotipada, el mero revoloteo en el cerebro puede causar un comportamiento huracanado, aunque, alguna vez se diera este caso, sería aún una causa de comportamiento y no ajustaría al concepto de una libre voluntad incausada, que subyace a la noción de responsabilidad moral.

Llegados a este punto, o bien prescindimos de toda moralidad como pura superstición acientífica, o bien encontramos un modo de reconciliar la causación (genética u otra) con la libre voluntad y la responsabilidad. Personalmente, dudo de que nuestra perplejidad se aclare algún día, pero seguramente podemos reconciliarlas en parte. Al igual que muchos filósofos, creo que la ciencia y la ética son dos sistemas independientes y autónomos en los que entran en juego las mismas entidades del mundo, del mismo modo que en el póquer o en el bridge se juega con los mismos cincuenta y dos naipes de la misma baraja. La ciencia tratará a las personas como objetos materiales, y las reglas que se seguirán son los procesos físicos que son causa del comportamiento a través de la selección natural y la neurofisiología. La ética tratará, en cambio, a las personas como agentes equivalentes, capaces de sentir, racionales y dotados de libre voluntad, y las reglas que se siguen son las del cálculo que asigna valores morales al comportamiento a través de la naturaleza inherente del comportamiento o sus consecuencias.

La libre voluntad es una idealización del ser humano que hace de la ética un juego practicable. La geometría euclidiana requiere de idealizaciones como, por ejemplo, las líneas rectas infinitas o los círculos perfectos, y sus deducciones están bien fundadas y son útiles, aunque en el mundo no haya realmente líneas rectas infinitas o los círculos perfectos, y sus deducciones están bien fundadas y son útiles, aunque en el mundo no hay realmente líneas rectas infinitas o círculos perfectos. En este sentido, el mundo se aproxima lo suficiente a la idealización para que la aplicación de los teoremas sea provechosa. De manera similar, la teoría ética requiere idealizaciones como, por ejemplo, la existencia de agentes libres, capaces de sentir, racionales y equivalentes, cuyo comportamiento es incausado y sus conclusiones pueden ser provechosas y útiles aun cuando en el mundo, tal y como se vio ya en el caso de la ciencia, en realidad no existan acontecimientos incausados. Mientras no haya ninguna coerción total o un grave de defecto de funcionamiento en el razonamiento, el mundo se aproxima lo suficiente a la idealización de la libre voluntad como para que la teoría moral se pueda aplicar de forma positiva.

La ciencia y la moralidad son ámbitos de razonamiento separados. Sólo reconociéndolos en su separación podremos disponer de ambos. Si la discriminación sólo está mal cuando las características medias del grupo son las mismas, si la guerra, la codicia y la violación están mal sólo cuando las personas en ningún caso se hallan inclinadas a ejercerlas, si las personas son responsables de sus actos sólo cuando los actos son inescrutables como un misterio, entonces o bien los científicos tienen que estar dispuestos a dejar a un lado sus datos, o todos debemos estar decididos a renunciar a nuestros valores. Entonces los argumentos científicos serían como aquella portada del National Lampoon donde se mostraba a un perrito con un revolver que le apuntaba a la cabeza y la siguiente frase a modo de pie: “Compre esta revista o disparamos al perrito”.

La navaja que separa las explicaciones causales del comportamiento de la responsabilidad moral es de doble filo. Dando una última vuelta de tuerca a la trama de moralidad en la naturaleza humana, el genetista Dean Hamer identificó un marcador cromosomático de la homosexualidad en algunos hombres, el denominado gen gay. Para regocijo de las Science for the People, en esta ocasión la explicación genetista era la políticamente correcta y supuestamente refutaba a representantes del ala derecha del Partido Republicano, como Dan Quayle, quien había afirmado que la homosexualidad era “más una elección que una situación biológica. En todo caso, una mala elección.” El gen gay se utilizó para argumentar que la homosexualidad no es una elección de la que los homosexuales puedan ser considerados responsables, sino una orientación involuntaria que ni siquiera pueden mitigar. Con todo, el razonamiento es peligroso. Del gen gay se podría decir también que influye en ciertas personas para elijan la homosexualidad. Y al igual que sucede con todo buen hallazgo de la ciencia, algún día el resultado de Hamer podría ser falseado y, entonces, ¿a dónde llegaríamos? ¿Aceptaríamos que el fanatismo al fin y al cabo está bien? El argumento en contra de la persecución de las personas homosexuales debe hacerse no en términos de la existencia de un gen gay o un cerebro gay, sino en el derecho de las personas a tener relaciones sexuales de cualquier índole, siempre que se realicen por consentimiento, sin discriminación ni acoso.

El aislamiento del razonamiento científico y moral en áreas separadas se halla también detrás de la metáfora recurrente – utilizada en estas páginas- de la mente como una máquina y de las personas como robots. Co ello, ¿no se deshumaniza a las personas y se las objetiva, para tratarlas luego como objetos inanimados? Como un erudito humanista lúcidamente lo expresó en Internet, ¿no invalida la experiencia humana, reifica un modelo de relación basado en la correspondencia Yo-Objeto, y deslegitima todas las demás formas de discurso que puedan tener consecuencias fundamentalmente destructivas para la sociedad? Sólo si uno carece tanto de imaginación que se apega al sentido literal y no es capaz de cambiar entre diferentes posturas al conceptualizar a las personas en función de propósitos distintos. Un ser humano es al mismo tiempo una maquina y un agente libre capaz de sentir, dependiendo de cuál sea el propósito de lo que se estudia, del mismo modo en que es un ciudadano que paga impuestos, un corredor de seguros, un paciente en una clínica dental o doscientas libras de lastre en un avión, dependiendo siempre de los propósitos que guían un estudio. La postura mecanicista nos permite comprender qué nos hace funcionar y cómo nos ajustamos al universo físico. Pero fuera de este estudio, hablamos unos con otros como seres humanos dignos y libres.