sábado, 1 de diciembre de 2007

LO QUE HIZO LA LOGSE

El primer día que lo colgué el texto era fruto de un "escaneado" precipitado. Ahora está ya corregido.
LA LOGSE.
La Ley de Ordenación General del Sistema Educativo, de 3 de octubre de 1990, era la culminación de toda la política educativa socialista y se proponía llevar a cabo un cambio radical en la enseñanza española. No tanto mejorarla, como tal enseñanza, sino a través de ella operar una verdadera transformación social, poniendo sus particulares creencias por encima de la armonización democrática de distintas concepciones de la organización social y de la vida. Fue la ley de un partido bifronte que con una mano quiso construir un sistema educativo socialista para una sociedad que, con la otra mano, el mismo partido dirigía al capitalismo más desvergonzado. Se trataba de una auténtica Nueva Planta en la que se cambiaba todo: la estructura del sistema educativo, los tipos de centros, las pedagogías, las materias y las políticas aplicables a los profesores. Si hasta entonces había una enseñanza básica de tipo comprensivo, todos juntos, hasta los catorce años, para pasar luego a la Formación Profesional o al Bachillerato, como vías diferenciadas, la LOGSE prolongó la obligatoriedad y la comprensividad -impidiendo la elección- hasta los dieciséis, dejando el bachillerato posterior en "bachilleratito" de dos años; el más corto de Europa. Los institutos de BUP y COU y los de Formación Profesional se unificaron, como sus cuerpos de profesores, y se incorporó a ellos a los niños de 12 años que antes estaban en los colegios de EGB, que además no llegaron solos, sino con los mismos maestros que ya les impartían ese ciclo superior de EGB en sus colegios, con lo que dejaron de percibir el cambio de centro, de etapa y de modelo de trabajo. Los institutos pasaban así a convertirse en extensiones de las escuelas. En el mismo sentido se transformaron las pedagogías, instaurándose una dictadura del pedagogismo que arrinconó los conocimientos, burocratizó hasta el ridículo, puso el control ideológico en manos de los nuevos pedagogos no profesores, limitó las exigencias y las repeticiones de curso (hasta crear la figura del alumno "PIL": promociona por imperativo legal), incompatibles con la necesidad de mantener juntos a los alumnos sin posibilidad de diferenciarse, aligeró la noción misma del examen, eliminó los de septiembre y envió a los inspectores, nombrados a dedo en muchos casos por adhesión política, a recomendar que no se suspendiera más allá de un determinado porcentaje que se consideraba el razonable por la ciencia pedagógica, so pena de tener que justificar con informes exhaustivos por qué se cometía semejante atentado contra la juventud. Las asignaturas dejaron de serio para convertirse en meras áreas divulgativas, disminuyendo las horas de las materias fundamentales para implantar optativas, talleres y mafias varias. Y, por último, se eliminaron los cuerpos de profesores constituidos por el principio de mérito, se destruyó la unidad de los claustros, a los que se despojó de la capacidad decisoria para entregarla a los consejos escolares, y se pusieron todas las políticas profesionales en manos de los sindicatos, preocupados de su prevalencia en el sistema y de favorecer a los suyos, sustituyendo el saber y el estudio por el número y la capacidad de presión como referentes para el ascenso profesional. Y algo parecido ocurrió en la enseñanza primaria, donde el pedagogismo se impuso apoyado en hábiles políticas que hicieron creer a muchos maestros en su condición mesiánica, y donde aquellos que aún representaban la fe en el conocimiento, en que su trabajo era el cimiento de todo lo que venía después, fueron estigmatizados como anacrónicos y caducos.
Estas, no se engañen, son algunas de las verdades de la educación que el ruido mediático y el "agit-prop" sindical se encargan de mantener ocultas. Los profesores que hoy aún pretenden enseñar, los que a trancas y barrancas acuden cada día a su trabajo dispuestos a no ceder, se encuentran con el recelo de las familias, el abandono de una administración sólo preocupada por las estadísticas y la prensa, los tejemanejes profesionales, y el rechazo de aquellos chicos que los ven más como sus carceleros que como copartícipes de un sistema desgraciado que obliga a ambos a lo que no quieren. Y, en fin, con la más absoluta ignorancia social sobre las verdaderas condiciones en que se desarrolla la que antaño fuera considerada trascendental tarea.
Epígrafe de la introducción del libro "La enseñanza destruida" de Javier Orrico. p. 17-19