viernes, 29 de marzo de 2013

Populismo. Por Enric González.



La historia certifica que las élites europeas, cultas y razonables, padecen una periódica tendencia al suicidio. O quizá al accidente mortal. No hace falta recordar en qué consistió la primera mitad del siglo XX. Pero eso, se dice, pertenece al pasado. Ya no hay otra ideología que la neoliberal y abundan los entretenimientos. Pese a los recortes, el estado del bienestar sigue ofreciendo amortiguadores frente a la tensión social. No existe, se dice, riesgo de catástrofe. Los optimistas esgrimen dos argumentos fundamentales: no hay alternativas y no podemos ser tan tontos como para arrojarnos colectivamente por el precipicio.

Puede ser. Pero el populismo, incluso en su versión mejor intencionada, asoma el hocico. No necesita una ideología. Italia es desde Maquiavelo el gran laboratorio político europeo: inventó el fascismo, inventó la democracia cristiana, inventó con Berlusconi el populismo televisivo y nos ofrece ahora, de la mano del cómico Beppe Grillo, el populismo en red. El Movimiento Cinco Estrellas, lleno de gente voluntariosa que cree encarnar los sentimientos democráticos más puros, no necesita ideología. Le basta con oponerse al politiqueo estéril, a la corrupción, a la decadencia de las élites. Por simplificar, le basta con el odio a lo existente. Y es difícil no comprender a toda esa gente que grita «¡basta!»

Por el momento es sólo un ensayo más o menos simpático. ¿Qué pasaría si el fenómeno se multiplicara? No hay argumentos políticos que oponer al nuevo populismo. En la Unión Europea, la política se ha reducido a una sucesión de elecciones en la Baja Sajonia o el Palatinado, o incluso en el conjunto de Alemania, que los conservadores de Angela Merkel deben ganar a toda costa. Eso es lo único esencial.

Por lo demás, el juego consiste en columnas de debe y haber, en negociaciones entre deudores y acreedores, en imposiciones procedentes de organismos que sólo se representan a sí mismos y que defienden la sacralidad del capital.

La recesión eterna a la que han sido condenados los países periféricos (una pequeña pero influyente empresa de valoración, Russell Indexes, ya ha dejado de considerar a Grecia como «país desarrollado» y la califica de «país emergente») es una recesión parcial. Sólo afecta a las clases trabajadoras en su sentido más amplio, las que padecen los impuestos sobre el salario y el consumo, las que sufragan el cada vez más achacoso Estado-nación. El gran capital sobrevuela esas pequeñeces, disfruta de la globalización y acumula cada vez más patrimonio. En los años 30 surgieron regímenes que básicamente se oponían a eso que llamaban «cosmopolitismo» y acabaron destrozando Europa. Es muy fácil construir algo parecido a una ideología a partir del odio, del resentimiento y del hartazgo.

Pero eso, dicen, no puede volver a ocurrir.

ENRIC GONZÁLEZ En El Mundo 21 del 3 del 2013