sábado, 30 de agosto de 2008

La idea de vigencia (Julián Marías)

La palabra «vígencia» es un término técnico de la sociología de Ortega, que encuentro difícilmente sustituible. Su origen etimológico es claro: vigencia, en el uso normal de la lengua, es el estaclo o condi- ciSn de lo vigente; lo vigente «tiene vigencia» o «es- tá en vigencia»; y lo vigente, vigens, es quod viget, lo que está bien vivo, lo que tiene, por tanto, vigor, y, en un sentido secundario, lo que está despierto, en estado de vigilia o vigilancia. En español, la palabra vigencia se usa sobre todo en lenguaje jurídico: una ley vigente es una ley que está en vigor, que tiene «fuerza de ley», que actualmente obliga; esa misma ley pierde su vigencia cuando ya no tiene esa fuerza o vigor; una ley de las Partidas es una ley, sigue siendo ley, pero no tiene vigencia, es inválida o muerta. Ortega ha introducido en el uso del término dos innovaciones: la primera es una extensión de él; en lugar de restringirlo a la esfera jurídica, lo em-



pica en todo su alcance; en segundo lugar, designa con el sustantivo «vigencia» cualquier realidad vigen- te, en cuanto es vigente; así habla de las vigencias de una época, de las varias clases de vigencias, es decir, de los contenidos vigentes, atendiendo a su condición de tales, y por tanto a su función en la vi- da colectiva.
Vigencia es, pues, lo que está en vigor, lo que tiene vivacidad, vigor o fuerza; todo aquello que encuentro en mi contorno social y con lo cual ten- go que contar. En este carácter estriba el vigor de las vigencias. Si en mí mundo social existe una realidad respecto a la cual los individuos no tie- nen que tomar posición, de la cual pueden desen- tenderse, con la que, en suma, no tienen que con- tar, no es una vigencia. En la sociedad, por ejemplo, existen individuos y grupos de indivi- duos que son vegetarianos; pero yo no tengo por qué ocuparme de ellos y de su vegetarianismo, no me es forzoso adherir o discrepar, puedo muy bien no pensar en ello, no hacerme cuestión de si el vegetarianismo es conveniente o no; esto signi- fica que no se trata de una vigencia. En cambio, tengo que contar con que otros individuos y otros grupos tienen afición al fútbol: cuando voy a tomar un autobús el día de partido encuentro que no puedo tomarlo, porque ya está ocupado por los que quieren verlo; al abrir el periódico en- cuentro numerosas páginas dedicadas a este es- pectáculo, el oficinista no me atiende porque está ocupado en predecir los resultados de los partidos de¡ domingo, si soy empresario de teatros veo que mi público es disminuido por la afición al fútbol, etc.; es decir, esta es una vigencia fren- te a la cual tengo que tomar posición, con la

cual tengo que habérmelas de un modo o de otro.
De un modo u otro, porque el que algo sea vi- gente no quiere decir que yo tenga que adherir a ello; puedo muy bien discrepar; pero ahí está lo im- portante: tengo que discrepar. Si yo no soy vegetaria- no, no discrepo de¡ vegetarianismo; simplemente no soy vegetariano, y aquí termina la historia, es de- cir, en rigor no ha empezado; del fútbol, en cambio, no tengo más remedio que ocuparme, porque, en sí mismo o en sus consecuencias, viene a mí y tengo que hacer algo con él: invitaciones a presenciar el partido, apreturas en los vehículos públicos, ausen- cia de taxis cuando me hacen falta, distracción del empleado, conversación sobre el tema por parte del peluquero, imágenes de futbolistas que me asaltan al abrir el periódico, y que me encantan o me eno- jan si tal vez prefiero hallar las de una actriz de cine o un premio Nobel; páginas de prosa que tengo que leer o saltar; términos futbolísticos que irrum- pen en el lenguaje. Al discrepar es como meíor compruebo la realidad de la vigencia, su resistencia, su coacción, a la cual me pliego o que tengo que re- chazar mediante un esfuerzo.
Esto quiere decir que el auténtico modo de reali- dad de lo social no es el simple «estar ahí», sino la presión, la coacción, la invitación, la seducción; lo característico de lo social no es el «estar» sin más, sino el estar actuando. Por eso es inmejorable la ex- presión «vigencia»: lo propio de los ingredientes que componen la vida colectiva es su vivacidad, su vigor; pero a la vez hay que subrayar que no son ac- ciones; su vigor se ejercita con su presencia, a veces con su simple inerte resistencia, como el muro que me cierra el paso.


Conviene salir al paso de un equívoco. Al decir que tengo que contar con las vigencias, podría en- tenderse que ese contar es forzosamente activo, que es un expreso atender a ellas, con conciencia clara. No hay tal. Esa actitud mía solo se da en dos casos: cuando la vigencia no es plena o cuando yo perso- nalmente discrepo de ella. En otros casos, yo cuen- to con ella en forma pasiva, siendo informado y conformado por ella, comportándome de acuerdo con ella, sometido a su influjo tan imperioso como automático. Así como estoy sujeto a la ley de la gra- vedad o a la presión atmosférica, estoy sometido a las vigencias. Habitualmente no pienso en la grave- dad o en la presión del aire, pero me comporto con- tando con ellas- no dejo el libro en el aire, porque se caería; no pongo sobre mi pie un gran peso, porque lo aplastaría; no me atrevo a transportar un piano, porque pesa demasiado; vuelo en un avión contan- do con que el aire resiste. Normalmente voy por la calle siguiendo su acera, sin pensar en ello, orienta- do en mi marcha por su previa estructura. Cuando voy a beber agua cuento con que está fría, sin haber pensado en ello ni un instante, y solo reparo en su temperatura si por azar está caliente; del mismo mo- do, cuanclo en la calle hablo a un transeúnte, cuen- to con que entenderá la lengua del país, y solo me hago cuestión de ello si por azar no está sometido a la vigencia general lingüística, que surge expresa- mente al ser incumplida.
Esto significa que estamos inclusos en un mundo social que no se compone de cosas, sino de ciertas realidades actuantes y, como veremos en seguida, misteriosas y más extrañas de lo que parece, que ejercen presión activa o pasiva, positiva o negativa, sobre nosotros y con las cuales tenemos que contar,
queramos o no, sepámoslo o no. Esta actuación de las vigencias se ejerce según ciertas líneas estructu- rales, no de un modo informe; pero, vistas las cosas desde el otro lado, lo que llamamos estructura con- siste muy principalmente en la disposición, conteni- do, intensidad y dinamismo de las vigencias. Como siempre, encontramos la imposibilidad de explicar los ingredientes aparte de la estructura, y la estruc- tura sin incluir en ella los ingredientes. Esto revela que las nociones habituales -materia y forma, indi- viduo y especie, elementos y movimientos, etC.- derivadas de] pensamiento acerca de cosas son difi- cilmente aplicables a las realidades humanas, donde a lo sumo pueden «traducirse» analogicamente y con salvedades. Si entendemos a los individuos como «cosas» que están en un «espacio», o bien a la sociedad como una gran cosa «compuesta» de ele- mentos, jamás entenderemos lo que es vida colecti- va, y por tanto será inútil intentar penetrar en una estructura social. Necesitamos poner en juego todo lo adquirido hasta ahora para esclarecer en qué consisten las vigencias y, por tanto, de qué está he- cho nuestro contorno social.