Paul Krugman analiza en su último libro,"¡Acabad ya con esta crisis!", la profunda depresión que atraviesa el mundo desarrollado. Este fragmento está sacado del primer capítulo que publicó El País aquí.
Situémonos ante el siguiente ejemplo, nada hipotético:
España ha vivido buena parte de laúltima década fortalecida por un gigantesco
auge inmobiliario, financiado por grandes entradas de capital proveniente de
Alemania. Este auge ha alimentado la inflación y ha hecho subir los sueldos
españoles en relación con los de Alemania. Pero, al final, resulta que el auge
estaba hinchado por una burbuja que ahora ha estallado. Ahora, España tiene que
reorientar su economía, dejando a un lado la construcción y volviendo otra vez
a la industria. En este punto, sin embargo, la industria española no es
competitiva, porque los sueldos españoles son demasiado altos comparados con
los alemanes. ¿Cómo puede recuperar España su competitividad? Una forma sería
convencer a los trabajadores españoles de que acepten sueldos inferiores(o
exigirles que lo hagan). Es la única vía real de la que disponer si España y
Alemania comparten moneda, o si, como consecuencia de una directriz política no
modificable, la moneda española se ha fijado frente a la moneda alemana. Pero
si España tiene su propia moneda, y está dispuesta a dejarla caer, para
conservar sus sueldos le basta con devaluar la moneda. Si pasamos de 80
pesetas por marco alemán a 100 pesetas por marco, aunque los sueldos españoles
en pesetas no cambien, habremos reducido de golpe los sueldos españoles un 20%
en relación con los alemanes
¿Por qué tiene que ser más fácil así que si negociamos una
bajada de sueldos? La mejor explicación la ofrece Milton Friedman —ni más
ni menos—, quien defendió los tipos decambio flexibles en un artículo clásico
de 1953 (The case for flexible exchange rates, en Essays in Positive
Economics).
Decía Friedman:
La defensa de los tipos de cambio flexibles es, por curioso que parezca, casi idéntica a la del cambio de hora en verano. ¿No resulta absurdo cambiar el reloj en verano cuando se podría conseguir exactamente lo mismo si cada persona cambiase sus costumbres? Lo único que se precisa es que cada persona decida llegar a la oficina una hora antes, comer una hora antes, etc. Pero, obviamente, es mucho más sencillo cambiar el reloj que guía a todas estas personas, en lugar de pretender que cada individuo por separado cambie sus costumbres de reacción ante el reloj, por más que todos quieran hacerlo. La situación es exactamente igual a la del mercado de divisas. Es mucho más simple permitir que un precio cambie —el precio de una divisa extranjera— que confiar en que se modifique una multitud de precios que constituyen, todos juntos, la estructura interna del precio.
Sin duda, Friedman está en lo cierto. Los trabajadores
siempre se muestran reticentes a aceptar recortes en sus salarios, pero sobre
todo se niegan si no están seguros de que otros trabajadores vayan a aceptar
otros recortes similares y que el coste de la vida vaya a rebajarse igual que
bajan los costes laborales. No conozco ningún país cuyas instituciones y
mercado laboral le faciliten responder a la situación que acabo de
describir para España por la vía del recorte salarial generalizado. Pero los
países sí pueden sufrir, y de hecho sufren, importantes disminuciones de sus
sueldos relativos de forma más o menos repentina, por la vía de la devaluación
de la moneda; y lo hacen con trastornos relativamente menores. Por lo tanto,
fijar una moneda única implica ciertos sacrificios. De un lado,
compartir moneda aumenta los rendimientos: disminuyen los costes
empresariales y, es de suponer, mejora
la planificación de los negocios. Del otro, se pierde flexibilidad, lo cual
puede acarrear serios problemas si llegan a producirse choques asimétricos como
el hundimiento de un boom inmobiliario cuando tiene lugar solo en algunos
países, no en todos.
Es difícil cuantificar el valor de la flexibilidad
económica. Y es aún más difícil cuantificar los beneficios obtenidos por
compartir moneda. Disponemos, no obstante, de abundantes estudios económicos
sobre los criterios para determinar una zona monetaria óptima, un ecnicismo
feo, pero útil, para aludir a un grupo de países que se beneficiarían de una fusión
de sus monedas. ¿Qué dicen esos textos? En primer lugar, no tiene sentido que
unos países compartan moneda de no ser que entre ellos exista un gran comercio.
En la década de 1990, Argentina fijó el valor del peso en 1dólar
estadounidense, en teoría de forma permanente, lo cual, aunque no significaba
lo mismo que abandonar su moneda, se pretendía que fuese lo más parecido. Sin
embargo, resultó ser una operación abocada al fracaso que terminó en
devaluación e impago. Y una de las razones por las que estaba condenada al
fracaso era que Argentina no mantenía un vínculo económico tan estrecho con EE
UU, que solo supone el 11% de sus importaciones y el 5% de las exportaciones.
Así, por una parte, cualesquiera que fuesen los beneficios obtenidos al otorgar
seguridad empresarial en lo tocante al tipo de cambio dólar-peso, estos
quedaron en poco porque Argentina comerciaba escasamente con EE UU. Por otra parte,
Argentina estaba sometida al mismo tiempo a las fluctuaciones de otras monedas,
en especial a las grandes caídas frente al dólar tanto del euro como del real
brasileño, lo que implicaba precios excesivos para las exportaciones
argentinas.
El que quiera leer todo el artículo tiene que ir a El País.
Está aquí.
Esta entrada fue elaborada con el fin de ser citada en este post del blog PATATITASPOCHAS